El gobierno griego ha tenido la habilidad de endosar al resto de los europeos el problema de su supervivencia.
El chantaje suele ser lucrativo cuando se echa en mitad de una negociación. Entrar a discutir con él sobre la mesa es garantía de que sus promotores acabarán consiguiendo lo que persiguen. Y en eso seguiremos esta semana, ahora negociando con un gobierno dispuesto a volar la Unión Europea con el aval de la mayoría de su país.
Sería demasiado esperar de la Europa del euro el arrojo preciso para soltar las amarras que mantienen a flote el gran fraude griego que navega sin destino cierto, gracias a la liquidez que inyecta el BCE.
Los principales países de la UE llevan demasiado dinero apostado en aquel casino fullero como para resistir la tentación de darlo todo por perdido. Y contra las normas más elementales que deben ser atendidas en los juegos de azar, seguirán poniendo dinero sobre la mesa con la esperanza de que en una de esas, quién sabe si podrán comenzar a recuperar lo jugado.
Cuando Alemania advertía ayer mismo que el Grexit causaría un enorme agujero en sus finanzas está marcando una pauta que sin duda seguirá el resto de los acreedores. De ser así el chantaje habrá sido más efectivo que todas las reformas pendientes de hacer y que pretenden seguir ignorando, como ha ratificado el país que arrastran Tsipras, Varoufakis y la extrema derecha nacionalista.
Tildar el referéndum griego de triunfo de la democracia, como ayer hizo aquí el populista en jefe nacional, es un sarcasmo que revela el concepto de democracia que Iglesias predica. Nada hay más manipulable que la masa convocada a refrendar cualquier proclama patriótica, o patriotera.
Franco ganaba por goleada los suyos, y en ocasiones ni tenía la necesidad de convocarlos, como cuando la salida de los embajadores. Para mandar la ONU a la mierda le bastaba con llenar la Plaza de Oriente para cantar “Si ellos tienen UNO, nosotros tenemos DOS”, y exhibir ante los noticieros pancartas como la que decía “En España manda Franco porque nos da la real gana”, o la que, como en Grecia hoy, reclamaba “España no quiere ser gobernada desde fuera”.
Esa es la democracia directa que les gusta a Iglesias y asociados.