Las sesiones que el Congreso dedica al control del Gobierno producen vergüenza ajena. También lástima y estupor. La excusa de la cercanía de unas elecciones generales no justifica el encono que ha eliminado del hemiciclo toda suerte de dialogo; de civilidad. Con ello están pervirtiendo la esencia de las cámaras, precisamente creadas hace siglos para enfriar los ánimos de la masa. Forma parte de la virtualidad de la democracia representativa, para eso se elige a quienes mejor pueden representarnos. Naturalmente, la cuestión es ¿realmente están allí los mejores para representarnos?
Además de grotesco, el espectáculo del cabreo por el cabreo es lamentable; tanto como las artimañas de esos simuladores de gravísimos accidentes que se retuercen de fingido dolor ante cualquier incidente sobre el césped de los campos de fútbol.
De lamentar son las consecuencias de ese teatro que desvirtúa el deporte; no hay más que ver un partidillo entre escolares en que los niños sobreactúan como lo han visto hacer a los de su equipo favorito una semana tras otra.
Lo del Congreso, también una semana tras otra, está permeando la convivencia ciudadana en la que la bronca comienza a constituirse en método dialéctico. Los responsables de los partidos deberían poner atención sobre este perverso fenómeno.
La simulación entre algunos agentes políticos está rayando a alturas insospechadas. Hablan de ética cuando la mayoría está pensando en la estética. Y así hay ciudadanos que ponen un huevo aquí y otro allá; los podemitas se adornan con un rictus sonriente con la esperanza de borrar el gesto hosco de los indignados, con la misma facilidad con que borran a toda prisa twits y demás huellas de su pensamiento político. Y no falta el que usa la bandera como vestimenta de quita y pon en función de las circunstancias, como los abrigos.
Tensar la situación no puede ser un principio estratégico para conquistar clientela, posiciones, etc. Frente al encono que el señor Hernando, por ejemplo, protagoniza en el Congreso, los de Iglesias han tomado el camino inverso, el de la moderación en las formas. Ello debería hacer reflexionar a los socialistas sobre el caladero del que piensan sacar los votos necesarios para llegar al Gobierno.
Para todo hay formas y formas; incluso para hacer la oposición. Otro día hablaremos del Gobierno, que también lleva encima lo suyo.