Después de tantos dislates políticos, el presidente del Gobierno y del partido mayoritario en el Congreso, da muestras de haber comprendido la situación; la de su partido y la del país.
La gran novedad es que por vez primera trata de ser empático. El distanciamiento galaico, la frialdad con que ha toreado las cuestiones políticas habidas durante sus tres años y pico de mandato, se trocó ayer en un acercamiento franco a la realidad que vive la gente y a los temores que ha suscitado el cambio en las administraciones locales.
Por fin sale de su boca que la buena gestión económica no basta para ganar, ni bastará mientras sigan abiertas las heridas de la crisis; y que la corrupción les ha pasado la factura que pretendían ignorar. Apreciaciones ambas que eran una constante en todos los análisis realizados en el último año sobre el país, ante la cual los populares hicieron oíos sordos.
La pérdida del poder local que han sufrido tras unas elecciones insuficientemente ganadas y por lo tanto a efectos prácticos perdidas, parece haber operado en Mariano Rajoy efecto similar al que experimentó Paulo de Tarso al caer de su caballo. Pero renovar su puesto en el altar de la Presidencia precisa de elementos que van más allá de la conversión.
El cambio de caras y talantes en la dirección del partido, hecho positivo de por sí, puede tener su efecto negativo si con los relevos piensa que los problemas están resueltos porque el déficit era debido a la comunicación; a la mala comunicación.
Pero no parece que Rajoy se quede en eso, a tenor de lo manifestado al comité directivo de su partido. Achacó la situación a la pérdida de confianza producida por su distanciamiento del electorado, más allá de la dureza de los remedios anticrisis y de la corrupción.
Una de las reflexiones más serias, y que trascienden de los intereses inmediatos de su propio partido, estuvo destinada a los socialistas. “Sabéis que siempre he creído y he defendido un país articulado en torno a dos grandes fuerzas políticas. Yo creía que compartía con el PSOE los mismos valores constitucionales, el mismo amor por España y el mismo afán por el bienestar de nuestros compatriotas. Creía que nuestras diferencias eran sólo en los medios o en las prioridades. Ahora veo que no”.
Todo un lamento por la pérdida de sentido, ¿la centralidad?, de una estrategia política de la que sólo se adivina el objetivo de desalojar al otro gran partido constitucionalista. “Han firmado cheques en blanco sin pararse a mirar a quién se los daban”, comentó gráficamente sobre los pactos locales.
Pero tal vez esos despropósitos en que está incurriendo el partido de Sánchez, Rubalcaba y González constituyan dentro de unos meses una de las principales fortalezas del PP para alcanzar una mayoría parlamentaria suficiente.
De Rajoy depende traducir a hechos sus palabras, lo que está por ver. Pero parece haberse concienciado sobre la seriedad del momento. “No hay más que imaginar el escenario que se abriría en nuestro país si llega al Gobierno de la nación el frente anti-pp que los socialistas han llevado a tantos Ayuntamientos. Somos los únicos garantes de lo que los demás están poniendo en cuestión. Nada más y nada menos”.