Susana Díaz parecía otra cosa. Entró de la mano del imputado Griñan y algunos creyeron –entre los que me cuento- que en el PSOE se abría paso una nueva forma de hacer política. Sus manifestaciones iniciales rezumaban patriotismo, aroma fácil de aflorar cuando se trata de defender la integridad de España frente a los desatinos de un tal Mas y compañía.
Parecía que podría ser la palanca oculta del establishment nacional para enderezar las derivas que manifestaba su partido desde el aterrizaje de Sánchez en la secretaría general. Incluso que sajaría la gangrena de tantos niveles de su Comunidad infectados por una corrupción institucionalizada; y del partido. Pero no.
Los hechos no están confirmando nada de todo ello. Los parcialmente purgados lo han sido a golpe de auto judicial. Y así seguirán las cosas dado que las promesas de abandonar la vida pública hechas desde el aforamiento ante los tribunales de los imputados parece que bastan para que el partido de Rivera, ¿o de Juan Marín?, se dé por contento para prestarle el apoyo de sus nueve diputados.
Un tremendo error de cálculo le hizo precipitar unas elecciones que aún no han servido para formar gobierno, y va para tres meses que se celebraron. Quiso adelantarse al fiasco que las encuestas vaticinaban al PSOE en todo el país, al crecimiento de Podemos, emergente peligro por la izquierda, y aprovechar la debilidad del PP, ganador de los anteriores comicios. Se quedó a medio camino, sus expectativas fallaron, no consiguió la mayoría esperada.
Después de tres rondas de simulacros de negociaciones, Díaz desmiente ahora su presunta talla de estadista. Que en las presentes circunstancias vaya al altar del brazo de C’s demuestra un cortoplacismo lamentable. Le ofrece al partido de Rivera, eso sí, la coartada, ¿necesaria?, para apoyar al PP en la comunidad madrileña, pero ha desperdiciado una ocasión muy singular para abrir un nuevo panorama en la política nacional.
Renunciar al apoyo que como ganadora de las elecciones el PP la ha brindado, a cambio de que su partido hiciera lo mismo en las capitales andaluzas en que ganaron los candidatos populares revela que la política en curso es una simple carrera por ocupar parcelas de poder, por precario que sea su disfrute. Como pollos descabezados corren la mayoría de sus protagonistas; los nuevos y los viejos, casta y renovadores.
Tal vez resulte heroico enfrentarse a los dictados de la camarilla de Sánchez, empeñado en poner el partido a los pies de los bolivarianos; tal vez carezca de fuerza para romper el cordón sanitario impuesto a los populares; tal vez participe ella misma de esa pulsión discriminadora; en cualquier caso ha perdido la ocasión de hacer país; de facilitar la expresión de la voluntad popular tal como se ha manifestado. De fortificar estructuras básicas del sistema.
Naturalmente que no es sencillo dar ese paso; pero no es tiempo de mirar el interés del partido a la vuelta de la esquina, las elecciones generales, sino el del país. En circunstancias como las presentes, en que a la estupidez del independentismo catalán se une el peligro que se cierne sobre una Navarra víctima de ex terroristas y bolivarianos, y las dificultades para la administración de muchas corporaciones, no caben juegos de salón para mantenerse en el machito.
Por no hablar del destrozo que están causando los hermanos griegos del tío de la coleta. Cuando lo de Venezuela parecía digerido tras la purga de Monedero, Tsipras está encareciendo nuestra deuda y arruinando inversiones. Ese es el aporte de Podemos al momento.
Bien está que los cabreados entren en el sistema, pero sin joderlo.
Algunos dirán que las cosas funcionan, que dentro de lo que cabe no estamos tan mal, y que todo se supera, que hay que ser optimistas, y disfrutar de lo bueno que tenemos, y añado que es mucho. Pero aceptando esas verdades de Perogrullo, podríamos intentar mejorar algo, o al menos intentar sentar las bases de una nueva visión futura de nuestra Nación. No hay nivel, ni categoría, ni altitud de miras, los políticos que aparecen como nuevos, son productos manufacturados en las estructuras internas de los propios partidos grandes, y no tan grandes, para conservar el «chiringuito» y mantenerse dentro del Sistema, de la mejor manera posible. No es de recibo que España funcione así últimamente, con «prohombres» valga la licencia, como A Mas, Montilla, Chaves, Griñan, Revilla, Rivero, Fabra o Matas, por citar algunos. ¡Cómo nos va a ir! Quizás sólo son imagen, y no ejecutan realmente lo importante del día a día, pero ¡Virgen Santa! no había nada mejor dentro del Sistema partitocrático vigente. Aunque sea sólo imagen pública-política, no existe algo mejor en nuestras CCAA, para que nos representen. Sé que el problema es de fondo, mucho más de fondo, y también de intereses inconfensables, pero España ha sido, es y debe seguir siendo una gran Nación, y se merece una imagen acorde con las expectativas mundiales que genera y ocupa. El tejemaneje de puestos, intercambio de favores y prebendas particulares, la desvergüenza de tratar los temas de la Admón, como si sólo fueran palabras, no es una cuestión banal, es un claro ejemplo, de que la Ciudadanía se las trae al pairo. Su prioridad ya no es la estabilidad, seriedad, el ponerse a trabajar por el bien e interés común, ni tan solo el deseo de mejorar, aunque demagógicamente así lo expresen en público. Lo único importante es lo suyo; ocupar portadas, primeras páginas, telediarios, y transmitir imagen de cercanía y compadreo. Lo que muestran es una absoluta denigración de la Res Publicae. Sigo confiando en España, con fuerza, pero a veces en momentos de debilidad, y de astío, uno pierde la esperanza, aunque sea puntualmente. Quizás como dijo Giuseppe Tomasi di Lampedusa «cambiar todo para que nada cambie», es lo que se busca.