“Sólo con los valores de izquierda no salen los números”, le dijo a Tsipras el fundador de Podemos, genio del marketing político con asiento en el parlamento europeo. Lo tenía mamado en algunas reflexiones sobre el peronismo de nuevos marxistas como la pareja Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Y de ahí los cambios semánticos: arriba-abajo o pueblo-casta, frente al ya caducado derecha-izquierda.
Como Pablo Iglesias y su tribu se esfuerzan por explicar, no se trata de sentenciar el fin de las ideologías como el tardofranquista Fernández de la Mora de los años sesenta, ni tampoco de entrar por la “tercera vía” que Giddens descubrió a Tony Blair en los noventa; no. Simplemente, cuestión de marketing.
En su canal televisivo que le tiene prestado la segunda cadena del grupo Lara, Iglesias no se recata de calificarse como izquierdista: ese es mi pensamiento, mi trayectoria; “la política consiste en establecer fronteras; tiene un carácter partisano”, dice. Pero la confesión es de uso restringido, sólo para sus fieles.
Ese doble estándar de lo que se puede o no decir y saber es muy propio de las dictaduras. En la España de los años sesenta una élite tenía acceso a las corrientes políticas y sociales que la censura informativa cerraba al conocimiento público. No importaba a los gerentes de la dictadura que los contadísimos lectores de “Le Monde” o “The Herald Tribune” en Madrid o Barcelona pudieran asomarse a la realidad; pero dentro, las ventanas cerradas para evitar el vértigo a la masa.
Liu Ji, uno de los ideólogos reformistas del comunismo chino, se pronunciaba en el mismo sentido unos años atrás cuando me comentaba que las críticas que un colega economista, Fan Gang, acaba de verter sobre aquel sistema aquí en Madrid le parecían apropiadas… aquí; allí no convenía distraer al pueblo.
En esas estamos; en el camuflaje. Han ensayado la teoría en el paraíso bolivariano, remedo en rojo de aquel peronismo de los años cuarenta, conjunción de sindicalistas, socialistas, feministas y clases medias. Aquellos descamisados hoy visten chándal y guayaberas multicolores.
Como en Argentina entonces, las víctimas del chavismo fueron atrapadas por el embrujo de cargarse las castas y lo que consiguieron fue entronizar una nueva casta. Al cabo de muchas décadas el justicialismo es en Buenos Aires gobierno y oposición a un mismo tiempo; lo del chavismo, quince años ya en el machito, es más sencillo, poder sin oposición, y el que proteste, a la cárcel por enemigo del pueblo. ¿Derecha o izquierda, para qué?
“El enemigo querría llamarnos izquierda pero nosotros no nos vamos a dejar nombrar por el enemigo” aseguró Iglesias ante su maestra Mouffe hace un par de meses. Lo suyo es una política partisana, donde no caben consensos y el adversario es enemigo. Más claro, agua.