Los rojos temen a las urnas. Ahí está el rector de la Complutense, Carrillo II, congelando la investigación disciplinaria sobre los dineros de Monedero, no sea que su resultado vaya a interferir en los votos de Podemos. Y por si como síntoma no bastara, impide la convocatoria de elecciones para cubrir su sillón por el sencillo procedimiento de no cumplir la Ley.
El hijo de Carrillo I dispersa culpas como tinta el calamar en apuros. Su gestión deja la Universidad de Madrid, la vieja Central, en situación lastimosa. Por fuera, hay que verla, y por dentro, hay que sentirla.
Durante su mandato, cuatro años, la licencia más conocida que sus laboratorios han aportado a la sociedad no ha salido precisamente de sus facultades de Ciencias, Farmacia o Medicina, dotadas de mejores instrumentos para detectar en sus ensayos la toxicidad; el fruto ha salido desde la de Políticas: Podemos.
El rector mostró su orgullo como padrino del líder máximo del movimiento confiriéndole el título de Profesor Honorífico cuando Iglesias resultó elegido eurodiputado. Y cobija bajo su toga y muceta al vicepontífice Monedero, profesor con régimen de exclusividad que, además de cumplir con Hacienda, tendría que haber cedido a su centro de trabajo oficial el 20% del medio millón de euros recibidos desde Venezuela. Así lo exigen lo dicen los estatutos de la Universidad, en los que no consta que el expediente tenga que demorarse más de año y medio. Plazo que Carrillo defiende diciendo que “aquí no solemos fusilar al alba sin juicio previo”, o ya más frío: “hay que cumplir las garantías del sistema jurídico español”. Olé.
Ese es precisamente el sistema que exige la reforma de los estatutos universitarios antes de la renovación de sus órganos de gobierno pero, ¡ay!, Carrillo no lo hizo. ¿Miedo a las urnas? ¿Ganas de cargarse el sistema que alega para encubrir a sus amigos?
La politización ha sido uno de los puntos negros de su mandato, que inició levantando un monolito en recuerdo de las Brigadas Internacionales, guerra civil…
Lejos quedan aquellos tiempos que ahora sus pupilos se empeñan en borrar de nuestra historia como Stalin hacía con sus colegas caídos en desgracia. Tiempos de transición en que la libertad se alcanzó sin ira y el humor de los más disolvía los odios africanos que enfrentaban a los menos, últimos vestales de aquella lejana guerra del 36.
Durante años permaneció escrita sobre una pared del campus aquella memorable pintada en la que sobre el vesánico grito “Muerte al cerdo de Carrillo” una mano inteligente escribió “Carrillo ojo, te quieren matar el cerdo”.