“¿Puede la democracia interna estar en contra o ser prioritaria sobre la democracia de los ciudadanos con sus votos?”. La pregunta la hace Felipe González en un artículo titulado “Madrid: superar la endogamia”.
Por si cupiera alguna duda sobre la autoría intelectual de la crisis abierta en la federación madrileña de los socialistas, el refundador del partido en los años 70 ofrece hoy sobrada prueba del peso de su sombra.
Hay una dura realidad: la desnortada comisión ejecutiva no ha sido capaz de sacudirse de encima las malquerencias adquiridas durante la etapa Zapatero. Su sucesor hubo de rendirse bajo el peso de la misma tara. Y las primarias que Rubalcaba convocó no alumbraron en la persona de Sánchez al mirlo blando deseado. Ante ese panorama la intelligentsia del partido se ha sentido empoderada (anglicismo tan del gusto de la parroquia) para tomar parte en su gobierno. Desde la sombra, naturalmente, que las reglas y órganos son sagrados.
Más numeritos como el de las elecciones europeas podrían dar al traste con la alternativa socialdemócrata que ha venido suponiendo en la política española. Demasiada agua hace ya la nave, dañada por el nacionalismo en su federación catalana, por la corrupción sistémica instalada en su feudo andaluz y sobre todo por la carencia de discurso, como para dejarla irse con la corriente.
Sánchez no supo explicar, quizá porque no ser el autor del golpe de mano, lo que hoy González asienta como razón política. Él, como la mayoría de los componentes de la élite intelectual del partido, no es precisamente un fan de las primarias: “es imposible evitar que se degraden y/o manipulen” si no se dan determinadas condiciones, llega a decir.
El cáncer se llama endogamia; y para combatirla hay que evitar la confusión entre los votos de la agrupación y los de los ciudadanos, explica. “Por eso a los compañeros que piensan que la democracia interna está por encima de los resultados electorales debo decirles que se equivocan; que tenemos que recuperar con las personas adecuadas nuestra voluntad de representar a las mayorías”.
Obviamente Tomás Gómez no era “persona adecuada”. Y para representar a las mayorías son precisos un candidato y un programa capaces de “ocupar el espacio de centralidad” y de llenar el vacío “producido por el desplazamiento de los populares a la derecha más reaccionaria”.
Más claro, agua. Ángel Gabilondo es el hombre; del programa, ya hablaremos. Además, a quién le va a importar si todos dirán más de lo mismo.