“Bueno, tonterías las justas; habrá que dejar UPyD para votar ya al PP ¿no?” La conversación de la mesa de al lado no tenía desperdicio. Durante el almuerzo las dos parejas repasaban el momento político con más fundamento que algunos editoriales, y no digamos ya de las tertulias y coloquios televisados. Uno de los comensales preguntó por Ciudadanos, le gustaba Rivera; nunca le había oído una tontería. ¿Y alguna propuesta?, repuso otra que se explayó: más allá de su lucha contra el secesionismo de los nacionalistas, que me parece fenomenal, decía, está por ver qué piensa en lo demás, la educación, la economía, las pensiones, la reforma laboral…
De acuerdo, terció el que había puesto sobre la mesa lo de C’s, pero ¿hay alguien explicando lo que haría si llegara a ganar? Y a partir de este punto la conversación pasó a ser un guirigay difícil de seguir.
Es la política que viven los ciudadanos; opinan, tratan de enterarse, contrastan posiciones y un día no muy lejano, eligiendo entre un montón de papeletas, sentenciarán la suerte de una ciudad, de una región, hasta del propio país.
De la conversación, oída más que escuchada, de la mesa vecina deduje que quizá los próximos sean los comicios del descarte, del voto negativo, de votar al de aquí para que no salga el de allá. Quién se alce con el santo y la limosna dependerá de cuánta demagogia esté dispuesta a tragar la sociedad o de que termine imponiendose el miedo a los experimentos.
Coyunturas de este tipo suelen afianzar la tendencia al voto útil. Malos momentos para las bisagras cuando la cuestión se solventa a portazos. El temor a que los votantes en las urnas confirmen lo que en las encuestas dicen los opinantes puede trastocar cualquier escenario previo.
Porque además de los pasos que lleguen a dar quienes hasta ahora no se han manifestado, nada menos que una tercera parte de la sociedad, habrá que ver cómo acaben decantándose quienes se han manifestado en pro de formaciones de vocación minoritaria.
En ese juego, PP y PSOE podrían recuperar parte de las adhesiones perdidas si cada uno cultiva activamente el terreno que les corresponde.
Los populares tienen demasiados agraviados por su derecha; el hecho de que por ahí no tengan competencia real no puede hacerles pensar que volverán fácilmente al redil. Ya no es tiempo de leyes y reformas; sólo cabe convencerles con la explicación nunca dada, que será igualmente válida para el centro, tal vez más consolidado por la singular política de Rajoy.
Los socialistas quizá lo tengan más difícil. Sufren los costes de un liderazgo en crisis y el asalto por su flanco izquierdo de los fulleros bolivarianos. Quizá el camino más recto para recuperar la autoridad sea el del contraataque inteligente y sin complejos; no competir por ser los más rojos, sólo la izquierda responsable. La nueva casta ya está infectada antes de empezar el partido.
No hay por qué dar por muerto al bipartidismo, uno de los factores garantes de nuestra democracia. Así lo ha sido en nuestra historia, como lo es en la gran mayoría de los países desarrollados.