Uno de cada tres parados de la zona euro vive en España. España no creció nada, cero, en el tercer trimestre, el más favorable para hacerlo por nuestra capacidad turística instalada. Lo único que ha crecido en el mes de octubre recién terminado ha sido la apelación a los cajeros automáticos para salvar la última semana del mes. Y con ese panorama a la vista, los socialistas andan preocupados por cómo salvar Sevilla el 20-N, y al ministro de Fomento del turbio asunto de la gasolinera lucense.
Será por no hacerle la propaganda, pero el caso es que sobre el programa popular ayer presentado, sólo un comentario socialista: ¿dónde está el programa? Tampoco del propio hablan en exceso. ¿Cómo van a hacerlo si nadie sabe hasta dónde subirá la marea en los próximos veinte días?
La situación no está como para precisiones. Cuando se desconoce el balance fiscal del Estado, desde la Administración Central hasta el último Ayuntamiento, pasando por la Seguridad Social y Comunidades Autónomas, programar planes para incentivar la actividad, crear empleo y demás perentorias necesidades es como escribir en el agua.
La campaña socialista es el mejor fertilizante para los grupos antisistema. Tal vez fije algunos votos propios, ese es el propósito del mitin sevillano del próximo sábado, pero el desnortamiento es tan evidente que se le irán otros, no atraerá a ningún de fuera y sólo se sentirán gratificados quienes pugnan por el derribo del establecimiento.
Esto es precisamente lo que faltaba a los gobiernos socialistas para, además de arruinar al país, dejar hecho unos zorros el propio sistema.
Seguramente es tarde para esperar otra cosa, una salida digna del trance en que se han metido estos años, día a día. Los movimientos están siendo desalentadores. La prisa por dejar amigos colocados en puestos de libre designación gubernamental es ridícula ¿escandalosa quizá? Cinco embajadores a un mes de las elecciones, y a menos aún lo más chusco: un nuevo director del Centro Dramático Nacional cuando el actual tiene contrato hasta fin de año.
En eso anda la retaguardia del candidato. Curiosa forma de luchar contra la crisis. Y el candidato, sacando a la tarima a Guerra y Felipe, los dos por el precio de uno. Pérez Rubalcaba recordará esta frase con la que González unía su destino al de Alfonso cuando el escándalo Juan Guerra, pero parece no recordar lo poco que aportó su entrada en tromba a favor de Joaquín Almunia en las elecciones del 2000; sí, las de la mayoría absoluta de Aznar.