La barbarie tiene que llegar al extremo de ametrallar a unos periodistas para que la izquierda universal, o sea aquí y acullá, alce la voz para condenar a sus autores. Atentado contra la libertad de expresión, las libertades, la democracia… ¿Nada más?
Se dan situaciones que recuerdan aquella torpe visión del británico que trató de apaciguar a la bestia nazi cediendo a sus pretensiones en la Conferencia de Munich, 1938. Con su política del appeasement Hitler se comió los Sudetes para lanzarse poco después sobre el resto de Europa. Cuando Chamberlain volvió de Múnich diciendo que había conseguido la paz para una toda una era Churchill, su sucesor como primer ministro, lo crucificó: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra, elegisteis el deshonor y tendréis la guerra”.
Algo así parece que viene ocurriendo en el mundo desde aquella masacre perpetrada en Nueva York hace trece años y medio. Para algunos los norteamericanos se lo merecían. Bin Laden era un guerrillero que, salido de la plutocracia saudí, luchaba contra la occidentalización secularizadora de las tiranías árabes apoyadas por los Estados Unidos. Complejo asunto, pero fue lo que fue.
En su caza, Bush jr. erró el blanco. Tuvo que ser Obama años más tarde quien acabó a tiros con Bin Landen. Pero entre medias los países liberados de sus déspotas con el apoyo decidido del mundo libre, ingenuo apoyo, se han convertido en el gran laboratorio de esta especie de larvada guerra mundial en la que llevamos metidos años ya.
Historietas como aquella Alianza de las civilizaciones patrocinada por el último presidente socialista español es sólo un ejemplo más del buenismo que aqueja a los políticos del momento, y de forma singular en la izquierda. Cuando Hollande inauguraba no hace mucho un departamento dedicado al Islam en el Louvre, habló de la aportación esencial de las civilizaciones del Islam a la cultura francesa.
Aunque para aportaciones, las de los fondos extranjeros para levantar mezquitas que son siempre recibidos con las puertas abiertas de par en par. Eso sí, ni una voz en pro de la reciprocidad, y eso que allí no sólo se derriban iglesias cristianas sino que matan a sus fieles. No pasa nada. ¿Dónde están las voces de condena frente a los crímenes, la descalificación de los integristas que los planifican, pagan y ejecutan, el freno a este nuevo nazismo estalinista que se cobija bajo el manto de la multiculturalidad?
Aquí, y ayer mismo en la sesión de trabajo sobre la reforma del Código Penal que mantiene abierto en el mes de enero nuestro Congreso de los Diputados, los representantes del Gobierno tuvieron que frenar el intento de retrasar las nuevas leyes contra el terrorismo y la corrupción. La oposición rechazaba el calendario de tramitación rápida para dos de los tres asuntos que más preocupan a los españoles, según el último CIS. ¿Estarán en las nubes, como aquel Chamberlain?