El paso del 2014 al 2015 marcará un antes y un después en la pequeña historia de nuestro tiempo. Las razones son muchas, tantas como cambios han venido sucediéndose en torno nuestro; de ellos es buen ejemplo el deshielo de las relaciones cubano norteamericanas.
Y también hay tantas como cosas quedan por cambiar. Algunas esferas han comenzado a hacerlo; ahí está la iglesia de Francisco, o de Carlos Osoro en España. Pero las inercias acumuladas son demasiadas como para que nuestra sociedad y la mayoría de sus instituciones se abran a las nuevas realidades.
Estamos comenzando a vivir un tiempo nuevo que no es precisamente el que anuncian los profetas de nuevas revoluciones, ese esperpento nacional de laboratorio que advierte que el futuro comienza en Grecia. ¡Menudo futuro el alumbrado por una banda de neocomunistas radicales cien años después de aquella revolución bolchevique sepultada bajo los escombros de un muro de sangre, cemento y vergüenza!
El cambio de ciclo parece evidente en la economía nacional. Mal tienen que ir las cosas en el resto del mundo para que aquí se doble la línea de crecimiento sostenido durante cinco trimestres consecutivos. Pero también es cierto que la cohesión social ha sufrido demasiados golpes durante años en términos de cierre de empleos, desigualdades crecientes, la corrupción traducida en escandalosos modos de vida y, junto a ello y sobre todo ello, la incapacidad de los agentes sociales para hacer frente a la realidad.
Las heridas producidas en el cuerpo social son el caldo de cultivo idóneo para la toda clase de extremismos desarticuladores. A diferencia de los desarrollados en buena parte del vecindario, Reino Unido, Francia, Italia, de corte ultraderechista, aquí y arropado por una izquierda parlamentaria que hizo dejación de sus funciones ha prendido el otro fascismo, el castrista o bolivariano.
Las encuestas parecen anticipar la entrada en un nuevo ciclo de incierto desenlace. Su desarrollo depende tanto de la fuerza con que se asiente esa vanguardia de los desencantados como de la reacción que su presencia suscite en el conjunto del cuerpo social. En contra de lo que augura Iglesias, lo que estos meses ocurra en Grecia puede servir más de vacuna que de principio del final de un sistema ciertamente esclerotizado, pero carente de alternativas solventes por el mundo adelante.
No se dan las mejores condiciones para la reacción frente al caos; decenios de planes educativos penosos han propiciado un grave empobrecimiento cultural, el papel de los medios de comunicación está siendo progresivamente destructor de los principios éticos y cívicos indispensables para la convivencia democrática de una sociedad libre, la carencia de un horizonte común compartido hace difícil la concordancia de esfuerzos para salir hacia delante.
Pero no es menos cierto que las dificultades suelen ser un buen catalizador, capaces de hacer reaccionar al conjunto de factores necesarios para la transformación de una realidad.
Iniciar el cambio de ciclo con buen pie requiere que nuestra sociedad tome conciencia de los vacíos que la rodean, de la carencia de una hoja de ruta para reemplazar la ya superada al cabo de los años, y de la debilidad de los pulsos necesarios para acometer cualquier empeño trascendente. Lo demás, el tiovivo; la jirafa y el león, el tranvía y la ambulancia dando vueltas y más vueltas para llegar… a ninguna parte.
El cambio de ciclo debería empezar por eliminar las listas del sistema electoral y dejar que la gente elija a sus representantes uno por uno.