Las imágenes de Pedro Sánchez haciendo como que juega al baloncesto en una silla de ruedas deberían hacer pensar a los responsables de su partido sobre las capacidades de su secretario general para afrontar retos superiores a los de la fotogenia.
Visitar inválidos o a personas aquejadas de cualquier otra forma de minusvalía es plausible; acercarse a ellos tanto como sea posible, incluso participando en sus juegos, también. Pero llevarse consigo las cámaras de televisión para lucir la hazaña es sencillamente indigno.
Puede ser que la idea surgiera de uno de esos gurús de la comunicación que hacen perder el oremus a sus asesorados; en tal caso su partido lo tendría muy fácil: mandárselo al contrincante. Peor es que la idea fuera de cosecha propia, que una buena mañana el líder se levantara quijotesco impulsado por un irremediable afán de redimir cautivos.
Las imágenes mostradas en telediarios, periódicos, etc. no sugerían la necesidad de redimir nada. Afortunadamente, y gracias a esfuerzos más serios y nobles de otros políticos tiempo atrás, el parlamentario catalán Trías Fargas por ejemplo, las minusvalías tienen en España niveles de atención equiparables al país más desarrollado. No había pues apenados que redimir.
El espectáculo de un responsable político haciendo como que juega entre iguales con muchachos necesitados de sillas de ruedas que él no precisa, es sencillamente ridículo, por no calificarlo de miserable. No todo vale para lograr adhesiones, y menos aún ataviado con la capa de la solidaridad.
¿Solidaridad, caridad? Recuerde el secretario general del partido socialista aquella máxima del primer moralista de nuestra civilización referida a la caridad, aquello de que “tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda”. No le vendría mal para no hacer pornopolítica.