Cada vez que se echa un micrófono a la sonrisa Sánchez dice que va a decir alto y claro unas cuantas verdades. El soniquete no se le cae de la boca, enfático, alto y claro, pero aún está pendiente poder escucharle algo medianamente claro.
Por ejemplo, hoy votará la propuesta de reformar la Constitución, art. 135, que presentan los comunistas. Es el referido a la estabilidad presupuestaria que la UE puso en órbita para atajar su propio final, y el nuestro. Lo propuso el Gobierno socialista de Zapatero tras consensuarlo con la oposición popular de Rajoy; la casta, como la Izquierda Plural y los bolivarianos visualizan a las mayorías que han venido gobernando el país. Por ello, Sánchez que lo votó desde su discreto sillón en el Congreso, dice ahora que…
¿Dice que hay que anularlo de hecho añadiendo que los servicios públicos están por encima del pago de la deuda, que sólo se trata de blindar el Estado de bienestar, qué dice? De claridad, poca. Apostura, sobra; eso de blindar siempre suena bien, aunque quede por demostrar la posibilidad de conjugar el bienestar con la insolvencia frente a los acreedores. Lo del maná ya no se da en ninguna parte. Que pregunte a los asesores de Chávez o Maduro.
Y luego se mete en todos los berenjenales. Anda que lo de pedir explicaciones al Gobierno por la desfachatez de ese extravagante pícaro que responde por Nicolás o Fran, o quién sabe qué. No tiene empacho Sánchez en reclamar a Rajoy lo que se ponga por delante, en este caso aún admitiendo que lo del infantiloide personaje no le merece credibilidad.
Una más de las señales de la decrepitud que asola al país radica en la atención que los medios han prestado a este personajillo, copia cutre de aquel Frank Abagnale jr. que falsificando cheques, títulos y credenciales vivió como un príncipe en los Estados Unidos de los años 60. Spilberg lo contó en una película del 2002, Catch Me If You Can, en la que Di Caprio dio vida al sinvergüenza que comenzó sus andaduras a los diecinueve años, más o menos como Nicolás, o Fran. Aquella historia terminó bien en la vida real, Abagnale trabajó para el FBI en la detección de fraudes hoy dirige una agencia de seguridad y se hizo de oro inventando los cheques difíciles de falsificar ahora en uso.
Lo de alto y claro suele ser también del gusto de la presidenta andaluza, a la que no hay semana que no le saquen los colores. Ahora, que si la Junta que preside, a través de una Agencia, estaba presta a cubrir la asistencia letrada a determinados incriminados en los asuntos que allí está ventilando la Justicia.
Está por ver que los comunistas, sus socios de gobierno, acaben tirando realmente de la manta como amenaza su coordinador regional, Maillo, pero en cualquier caso Díaz se ha apresurado a parar la maniobra, como hizo hace un año con un caso similar. O no dijo alto y claro lo que tenía que haber dicho o la tomaron por el pito del sereno.
Me temo lo primero, porque alto y claro aquí no habla ni Dios.