No podía irse de otra manera. El mutis de Alfonso Guerra, ayer al concluir una Comisión del Congreso, ha puesto los puntos sobre las íes de su personalidad. Se marcha cuando le da la gana. No tiene por qué agotar la legislatura para la que le eligieron sus votantes sevillanos; demasiados años actuando en el gran teatro de la soberanía popular.
Nunca fue el galán de la comedia, pero su papel hizo dudar en ocasiones sobre quién era realmente el protagonista de aquella dupla socialista que gobernó España durante más de diez años, allá por los 80. También Shakespeare dudó si titular Yago a su drama Otelo.
Corta fue su etapa de meritorio, apenas cinco años, pero en ella desarrolló lo mejor de su vis política cuando actuaba sin público, calladamente. En el año 78 más que a las tablas dedicó muchas horas y jornadas a pergeñar el guión de una obra muy singular, tanto que aún sigue en cartel. Alfonso Guerra y Fernando Abril consiguieron la complicidad de sus respectivas compañías, rivales en los carteles, para hacer posible un libreto en el que la inmensa mayoría del público se sintiera reconocida, cómoda.
Fue así, aunque hoy pueda no parecerlo. Muchas cosas se han quebrado por el camino. La integridad, la responsabilidad, la lealtad, la solidaridad, el mérito, la ambición por alcanzar horizontes nuevos… demasiados principios de aquella gran obra han sido borrados por muchos, demasiados de aquí y de allá.
¿Cómo no va a hacer un discreto mutis este hombre a sus setenta y cuatro años cuando en su partido gobiernan la imagen y las encuestas, hablan de federalismo, se traga en Cataluña el órdago secesionista, mira para otro lado cuando tiene centenares de militantes encausados y la fiscalía pide al Supremo enjuiciar a su expresidente Chaves y al de la Junta sevillana Griñán o a su conmilitón Zarrías; cómo va a seguir en el escenario público él, que hubo de dimitir porque un hermano trapicheaba con cafelitos en un despacho oficial?
Lo demás, aquellas frases lapidarias que anunciaron la muerte de Montesquieu, o que Suárez entraría en el Congreso sobre el caballo de Pavía, el to’ p’al pueblo, y cuando nos vayamos a España no la va a reconocer ni la madre que la parió, carnaza para la pesca de votos. Hizo temblar y reír a muchos pero su tiempo ya pasó, como el del barón Scarpia ante cuyo cadáver Tosca exclama: “Y pensar que ante él temblaba toda Roma”.
Alfonso Guerra, se va ahora como en valentón de que habla Cervantes en su soneto Al túmulo del Rey Felipe II en Sevilla,
“Y luego, in continente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.”