Las encuestas reflejan el cabreo ciudadano por la inacabable ristra de corruptores y corruptos que asolan la vida nacional. Más que de conductas personales el mal ya parece endémico. Instancias, políticas, sindicales, empresariales, financieras, judirisdiccionales, cualesquiera que dispusieran de algún grado de poder han sido infamadas por esta pandemia. Sus dirigentes o responsables están paralizados, tal vez presa del desconocimiento de los límites reales del problema, hasta dónde puede llegar la mierda.
No es tiempo de palabras, promesas, ni siquiera de un par de proyectos de Ley, que siempre serán necesarios. Lo que la situación exige es abrir en canal los órganos infectados para drenar la podredumbre. Eso se llama desmontar organizaciones territoriales y entramados societarios, nombrar gestoras y los comisarios pertinentes. Estén o no próximas unas elecciones locales, porque luego llegarán las generales y pensando así los problemas acabarán resolviéndolos desde fuera. ¿Quién?
No hace tanto tiempo Italia mudó algo más que la piel tras el proceso judicial iniciado por el magistrado Di Pietro, mani pulite. Las manos limpias consiguieron destapar la corrupción que anidaba en la política italiana, se cargaron el gobierno socialista de Craxi y la mismísima Primera República tras la muerte por asfixia de los partidos dominantes desde la guerra mundial, la democracia cristiana, el comunista y el socialista. Fue hace ahora veintiún años.
El resultado efectivo: Silvio Berlusconi, ocho años de presidente de gobierno entre 1994 y el 2011. En este último, Berlusconi era la persona más rica de Italia, ocho mil millones de dólares según Forbes. El populista amigo de Craxi y miembro de la logia P2 que pudo zafarse de la tangentopoli salió de la Presidencia dejando un país arruinado y él mismo, condenado a cuatro años de prisión por fraude fiscal.
No fue brillante el final de aquel merdé italiano de sobornos (tangente), como tampoco lo sería aquí dejar la solución del problema en manos ajenas, sean jueces o movimientos antisistema como el que las encuestas encumbran estos días en que los pronunciamientos resultan gratuitos.
Populares y socialistas se juegan todo a una sola carta: vaciar sus sentinas respectivas, y las comunes también, y exigir las responsabilidades que corresponden a quienes presiden o han presidido las organizaciones e instituciones afectadas, llámense Aguirre, Chaves o Griñán. Y los demás, también; comenzando por Mas y siguiendo por Junqueras, y Díaz y Valderas en Andalucía, etc. No hay otra salida.
El objetivo es claro: garantizar la supervivencia de los cauces para la libre expresión y participación política de la sociedad. Lo demás, es lo de menos.