Aflora otra trama de corrupción entre sinvergüenzas que nunca debieron llegar a la política. Es una buena mala noticia. Mala, la realidad que revela es deprimente; buena porque ya hay menos indeseables incontrolados; con y sin presunción de inocencia.
¿Qué más hace falta para llegar a un acuerdo de verdad, como lo fue el del 78, para volver a empezar de nuevo? Parece como que ya no quedaran gentes de buena voluntad en las esferas políticas. Desoladora la torpeza del partido que lidera Rajoy para enfrentar la situación; lamentable la negativa de Pedro Sánchez a consensuar un remedio a la asfixiante situación, uno más de los disparates que en tan corto tiempo ha llegado a acumular.
Claro que la corrupción no es flor exclusiva del mundo político; escándalos en el sector privado, como el de aquel señor Conde, o el de la Rosa, los Ruiz Mateos, etc. son meras puntas de un iceberg de límites imprecisos. Pero es entre los agentes políticos donde su presencia se hace insoportable. En la mayoría de los casos esa podredumbre germina en los gobiernos municipales y autonómicos; en los suelos fértiles de las licitaciones, concursos, licencias urbanísticas y demás oportunidades en que los chupasangres olfatean eso, sangre con la que medrar.
Ahí anida el bicho. Lo que comienza por ofrecerse y tomarse como una ayuda al partido, al sindicato o al municipio… acaba por pasar de las cuentas B de la organización a las personales en bancos suizos, del Canal o simplemente andorranos, que cae más a mano.
Los partidos, todos, son cómplices de la situación. Les pusimos financiación pública pero nada les es suficiente a la hora de organizar una campaña electoral, darse un homenaje a base de marisco, putas y champán, o abrir embajadas por ahí.
Y cuando confían la custodia del tesoro oculto a un listillo, el de confianza acaba llevándoselo crudo porque a ver quién se va a atrever a reclamarle nada, ¿verdad Bárcenas?
Esta historia requiere un punto y final. Para ello tienen que terminar con el electoralismo barato, móvil fundamental de la política partidaria desde hace mucho tiempo. Apenas nacida la democracia. Vaya para los más jóvenes este cuento que no lo fue:
Gobernaba en 1981 el ayuntamiento madrileño una coalición de socialistas y comunistas amparada por la figura de un viejo profesor, Enrique Tierno, que realmente no era tan viejo. Uno de los tenientes alcaldes, el socialista Alonso Puerta, fue advertido de que una empresa de servicios ofrecía dinero por las contratas de limpieza en tres barrios del norte. Puerta, un ingeniero de caminos, asturiano, militante socialista desde 1972, lo denunció en el seno del partido, pues dos concejales socialistas estaban implicados.
La reacción de la Federación Socialista Madrileña fue inmediata: expulsión del denunciante. Al cabo de un año el Tribunal Supremo atendió su recurso y Puerta hubo de ser indemnizado. Y tres años después, 1985, la mayoría absoluta del PSOE aprobó el la Ley Orgánica del Poder Judicial para que los magistrados fueran elegidos por los partidos; Aquello de la muerte de Montesquieu que proclamó Guerra.
Volviendo al caso denunciado por Alonso Puerta, parece que el PSOE devolvió medio millón de pesetas, un dinero en aquel entonces, que había ingresado un tercero. Y uno de los concejales presuntamente implicados en el juego acabó de Consejero Delegado en la Caja Postal, de donde hubo de salir en 1991 a raíz de un mal paso: el crédito, seis mil millones de pesetas, concedido a una constructora cuyo presidente acababa de ser detenido en Londres por estafar al Estado con el IVA.
Así comenzó una historia de impunidades a la que nadie se atrevió a ponerle el punto final. ¿Hasta cuándo?