Una encuesta oportuna es el mejor remedio contra la depresión del político; sus efectos van más allá de cualquier placebo. Sucede cuando para él lo primordial consiste en mantenerse en el machito; en no volver al punto de partida, es decir, a tener que ganarse el pan con el sudor de su propia frente y no con el de enfrente. Y esto en el mejor de los casos, porque en el peor, y son demasiados, nunca trabajaron en nada de provecho.
Esa es una de las graves consecuencias de cómo se ha llegado a entender el servicio público en buena parte de nuestro país. El tremendo alcance de la corrupción no es más que su apoteosis. A vivir que son dos días es la moraleja pícara y nauseabunda de la aversión a volver al punto de partida.
Y la cosa irá a peor si no cambian pronto los puntales sobre los que se asienta esta lamentable partitocracia.
El fomento de instrumentos o cauces de representación social, como los partidos, sindicatos o las organizaciones empresariales, imprescindible hace cuarenta años para pasar del sistema orgánico del franquismo a la democracia, ha producido un efecto indeseado con el paso de los años.
Aquellos instrumentos, meros medios, se han convertido en auténticos fines; se han cosificado hasta convertirse en cotos cerrados que sofocan la expresión libre de la sociedad.
Pese a las apariencias su situación, la de partidos y organizaciones sociales, es cada vez más inestable, y lo prueba la irrupción en escena de movimientos antisistema sin otra causa sensata de su rebeldía que la de hacerse oír. Por ello, oponerse a reformas de leyes como la electoral, entre muchas otras, es de una torpeza inexcusable.
Pocas cosas hay más ciertas que aquello que Lampedusa en su Gatopardo, puso en boca del joven sobrino del príncipe Fabrizio: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Es decir, si apreciamos la estabilidad que proporciona un bipartidismo razonablemente imperfecto hay que cambiar radicalmente el sistema de partidos para que se abran a la sociedad; que se acaben las cooptaciones, el reparto de influencias y comisiones, la omertá en suma que galvaniza los intereses de unos pocos frente a los de la gente. Las personas, que son quienes cuentan.