Una de las múltiples causas de la crisis que no cesa está en las ruinas griegas que tienen paralizada la UE. No hablamos de los restos dejados en la Acrópolis ateniense por tiempos mejores, sino de la ingente deuda nacida del golferío en que aquel país ha vivido y sido gobernado en las últimas décadas. Deuda cifrada en euros como podría estarlo en dracmas; precio tiene, facial naturalmente. Valor, ninguno. Y en esas se llevan meses alemanes y franceses sin lograr cuadrar el círculo, cuestión en la que les va tanto como la vida de sus grandes bancos y un agujero no despreciable en sus carteras públicas de inversión.
Precio, cualquiera; valor, ninguno.
Sin llegar a tanto, y trayendo un poco más cerca la cuestión, alguien debería explicarnos por qué los españoles seguimos pagando un impuesto, el IBI, que grava los inmuebles como si sus precios no hubieran bajado más de un 30% en los últimos dos años, y continúan haciéndolo porque nadie conoce cuál puede ser hoy su valor. Esto, que lastra las carteras de las entidades de crédito, resulta ser indiferente para las cajas municipales.
Como en sentido contrario, la vicepresidenta Salgado y su ex colega y actual candidato Pérez Rubalcaba deberían explicar qué regla emplearon para cifrar en 1.000 millones de euros lo que el Estado recaudaría con el renacido impuesto sobre el patrimonio. Sólo los valores catastrales que apuntalan el citado IBI permanecen en pié. Los activos financieros han caído una media del 35% desde que en 2008 se desactivó el impuesto resucitado para esta campaña electoral. Como viene siendo habitual en las proyecciones que este gobierno hace de los ingresos en los P.G. del Estado, la realidad podría dejar aquella cifra reducida a la mitad. ¿Vale ese viaje el precio de la inseguridad jurídica?
Y ya metidos con intangibles, qué valor pueden tener las ocurrencias que las campañas electorales destilan. Ayer, ante los socialistas reunidos en Langreo, el candidato apeló a a defender el legado de los gobiernos de Zapatero, cosa lógica en su ex vicepresidente. Y establecido tal punto de partida añadió: “Hay una salida a la derecha: que las cosas sigan como están… y hay una salida a la izquierda: poder democrático, estado al servicio de los intereses generales y cohesión social”.
Dicho lo cual, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Nada de nada.