Echar cuentas está al alcance de cualquiera; hacerlas bien es otro cantar. La realidad tiene perfiles diversos que pueden confundir su análisis. ¿Quién puede presumir de haber ganado las elecciones europeas?
Para algunos podrían ser los antisistema agrupados en Podemos cuya irrupción en escena ha sido tan sonada que merece comentario aparte. Otros fijan su atención en el partido de la señora Díez, por haber duplicado sus votantes. Ambos casos de éxito ocupan la cuarta y quinta posición en el mapa reflejado por las urnas europeas, y su incidencia en el electorado activo no ha pasado del 8 y 7 por ciento respectivamente; poco peso parece para hablar de ganadores de unas elecciones cuyas dos primeras plazas fueron cubiertas con el 26 y el 23 por ciento, respectivamente, por los populares y socialistas, perdedores de la contienda para muchos analistas.
Y, efectivamente, mucho perdieron ambos en estos comicios; demasiado sin duda. Pero en cualquier carrera por el triunfo ya quisieran todos los competidores perderla llegando los primeros. Este es el consuelo del Partido Popular. Y también el carácter peculiar de las elecciones a un Parlamento que nadie sabe a qué se dedica, y pocos sitúan dónde está. Unas elecciones en las que no se juegan intereses tan inmediatos como el regidor del municipio donde uno vive, la atención sanitaria, la calidad de la enseñanza o el nivel de los impuestos que paga.
Las elecciones europeas tienen mucho de encuesta de opinión; la gran encuesta que ningún gobierno puede permitirse el lujo de pagar; la encuesta sin cocina, ese trabajo sobre los datos al que los partidos menos favorecidos llaman manipulación. Una encuesta, también, en que unos tienen más interés que otros en participar, caso de los secesionistas catalanes que así ya pueden excusar la celebración del referéndum de noviembre, por ejemplo.
Todo ello no puede servir de lenitivo a la dirigencia popular, ni escudarse en que tienen que “mejorar el mensaje”, en frase de Cospedal.
La estrategia de Rajoy no se ha movido un ápice: la economía nos salvará. Y seguramente no irá descaminada, pero para revalidar el triunfo de hace dos años y medio, mucho tienen que remar en lo que resta de legislatura.
Y remar mirando más allá de la espuma que levante cada palada; mirar al frente, fijarse un objetivo, una meta capaz de concitar la adhesión de la mayoría social. Proponer al país el reto de hacer posible la utopía.
Definir esa utopía es el gran trabajo pendiente del centro liberal, la derecha civilizada o como quiera llamarse a esa gran mayoría de españoles que quiere vivir libre en un país limpio, justo, solidario y en el que cada día se abran oportunidades para poder explotar todas sus capacidades. Algo así.
No se trata de comunicar mejor, sino de tener algo valioso que compartir.