Viendo las imágenes de la tragedia vivida esta tarde en la madrileña Plaza de las Ventas uno recuerda aquello que llamaban pundonor. Tan en desuso ha caído que hasta la RAE trata su definición de cualquier manera. Vean: “Estado en que la gente cree que consiste la honra, el honor o el crédito de alguien”.
Es como decir que el pundonor, eso que muchos traduciríamos por sentido del deber, dignidad, decoro, orgullo, incluso como vergüenza torera, fuera una mera sugestión; la gente piensa que podría significar algo valioso, como la honra o el honor, pero realmente no tiene por qué ser así.
Y así pasa lo que viene pasando en la vida pública, ese espectáculo que sobrellevamos sin alternativa posible, como cuando no había más televisión que la llamada Española, allá por los sesenta del pasado siglo.
Esta aburrida función a la que nadie sabe cómo poner fin llega a infundir sentimientos menos nobles. Algunos se manifiestan a través de una decenas de caracteres en los teléfonos móviles, pocos pero los suficientes como para avivar rencores o bajas pasiones. Y así nacen los llamados twits con los que hinchas del baloncesto se acuerdan de Hitler si es judío el equipo que elimina al nacional de sus amores; o los que estigmatizan a la víctima de un asesinato cargando sobre su memoria aquello del “algo habría hecho”.
Casos ambos propios de las peores dictaduras que en el mundo han sido… y las que aún siguen siendo. Y de los teléfonos celulares, a las agresiones callejeras; eso que algunos llaman escraches, palabro importado de la Argentina con que se habla como quien no quiere la cosa de atentados contra la libertad y dignidad de las personas.
Acaban de entrar en campaña para enriquecer esta semana final del debate sobre el machismo y el derecho a decidir, o la herencia del zapaterismo, argumentos centrales que han centrado las escaramuzas a que se ha visto reducida la conquista del próximo parlamento europeo.
¿Pundonor? Dónde dejaron los contendientes su autoestima, la compostura a que obliga su condición pública, la dignidad en una palabra. Dónde está el valor necesario para enfrentarse a la realidad tal cual es, cada uno desde su prisma particular naturalmente, pero con la honradez necesaria para reconocer que la moneda nunca tiene una sola cara, que la cruz también existe.
A tenor de lo que viene sucediendo parece como que el pundonor hubiera quedado circunscrito a los ruedos donde los lidiadores de toros se ganan la vida. O la muerte.