El llamado Alessio Rastani seguiría sin ser nadie de no haber sido invitado ayer por la británica cadena de televisión BBC a decir lo que le viniera en gana en un programa de media mañana. El indio aprovechó el púlpito y se hartó de tomar el pelo a sus entrevistadores. Tan bien lo hizo que se convirtió en noticia: 110.000 menciones en medio mundo recogió Google a las 12 horas de su nacimiento estelar. Tras el pasmo causado atendió entrevistas de medio mundo. Ante unos se extrañaba de que sus comentarios hubieran causado tanto revuelo, mientras confesaba a otros que realmente él no es un trader, ese es su hobby. Soy un charlatán, confesó: “I’m a talker. I talk a lot”. Así de claro.
Pues a este charlatán y presunto experto financiero se sintieron obligados a referirse autoridades políticas como la vicepresidenta española encargada de la economía quien le tachó de inmoral después de desmentir, muy seria, que el euro no se irá al garete.
Este tipo de fenómenos cursa con demasiada asiduidad en nuestras sociedades. Un día es un viejo resistente que llama a la indignación a los jóvenes desencantados, y un mes más tarde, los mismos cabreados convertidos en noticia en cuanto alcanzan la masa crítica suficiente para llenar una pantalla de televisión.
Los medios y quienes los hacen no parecen conscientes del papel que están jugando. Lo extravagante está en la misma esencia del periodismo: que perro muerda hombre es normal, la noticia es que hombre muerda a perro. Las parejas estables no venden ni la mitad que un divorcio bien aireado.
Nada de todo esto es nuevo; hace años eran las caras de Bélmez, el fantasma del madrileño palacio de Linares, hoy travestido de Casa América, o el cipote de Archidona que con tanto esmero glosó el Nobel Camilo J. de Cela. Lo original, y de ahí su interés político, es que aquellas bobadas que a nada conducían más allá de distraer del aburrido pasar de aquellos años, ahora se tornan con harta frecuencia en barrenos contra los sistemas democráticos.
El charlatán de marras dijo obviedades que cualquier persona informada puede compartir, como también algunas de las críticas que los indignados hacen a un sistema lastrado por la corrupción, el despilfarro y demás. Pero cuando aquél busca escandalizar al común riendo feliz porque la crisis le hará rico, o los ocupas de las plazas públicas pasan al secuestro de parlamentos, como el de Cataluña, denigran a los representantes sociales o hablan de democracia directa, están socavando las reglas de la convivencia.
Sin el eco de los medios, la televisión sobre todos, muy pocas cosas serían como parece que son.