La presidenta de la Junta andaluza tiene en las urnas europeas el mejor test para decidir su divorcio de los comunistas. Un buen resultado de la lista socialista sumaría puntos a su deseo de marcar la pauta entre los suyos mostrando que hay otra manera de hacer las cosas.
Un adelanto de las elecciones regionales cogería fuera de juego a los populares, maestros en aquellas tierras en el arte de despilfarrar el triunfo que alcanzaron hace tres años. El sacrificio del peón comunista para un hipotético cambio en el gobierno nacional se vería compensado por la prueba de que la victoria socialista es posible; falta año y medio para las elecciones generales y la sombra de la crisis aún no despeja, ¿por qué no ir adelantado acontecimientos?
Pero el envite tiene sin embargo un serio problema en la administración de los tiempos. Ya no tanto por la carga que unas elecciones suponen contra el crecimiento del PIB, cosa que a los partidos de la oposición parece importarles un bledo, como por la amenaza de gangrena que pende sobre la cuestión catalana. La tercería que Rubalcaba y amigos están intentando con la reforma constitucional para redefinir España como federación, parece no llevar a ninguna parte.
Susana Díaz tiene en su carrera política suficiente tiempo por delante como para meditar detenidamente en las consecuencias que para su partido tendría la acumulación de dos hechos: el fracaso de la mediación socialista entre los secesionistas catalanes y el gobierno de la Nación, y el efecto que produciría la dispersión de esfuerzos que supone una convocatoria electoral fuera de plazo y sin razón objetiva suficiente. Demasiado como para meterse a solas por ese vericueto de unas elecciones anticipadas.
Como dijo el clásico, no está la Magdalena para tafetanes.