Dice el diccionario de la RAE que idiocia es el “trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida”. No consta en su currículo cuándo la adquirió; quizá se trate de un mal congénito. Pero hay que ser idiota para rechazar la bandera nacional en su primera aparición pública como cabecera de la candidatura que el PSOE presenta para el parlamento europeo.
El único partido que lleva el apellido español en su marca propone a un ser ectoplasmático, sin bandera conocida, para representar en Europa a los socialistas españoles. Abrazada a las dos únicas banderas presentes en el escenario de Viladecans dijo algo tan motivador como que: «Esta bandera es una bandera importante [señalando a la europea], y esta también lo es [por la catalana]. Y yo tengo también alguna otra. Alguna que no podría ponerla en el atril, en el escenario”.
Una candidata sin bandera no va a ninguna parte. Podría ser confundida con otra paseante más, o incluso con una diputada de cualquiera de esos países del este que aún no saben si pueden enseñar la suya o tienen que ir a comprar la rusa.
Pero la candidata socialista española sí que tiene bandera; lo confiesa añadiendo que no podría ponerla en el escenario. ¿Será porque suscite rechazo, miedo, risa tal vez? Ella se las arregla para llevarla cerrando el escote: un imperdible con tres bolitas de colores, el rojo, amarillo y morado de la tricolor republicana.
¿No podría ponerla en el atril, dijo queriendo decir estrado, porque estaba en Cataluña? Podría saber que el morado introducido en aquella bandera fue una especie de homenaje a Castilla. O no, que el estudio le cansa. Tal vez no la pondría porque entre sus potenciales electores hay demasiados inmigrantes andaluces, manchegos o gallegos, que no saben de más bandera que la que llevan al estadio cuando juega “la Roja”.
Que el partido socialista obrero español no tenga otra cosa que presentar a la adhesión de los españoles es lamentable. Literalmente. Para esto hubiera sido mejor concurrir sin candidato, incluso sin lista. Ahí tienen el ejemplo de los de Rajoy. Nadie puede meterse con su cabecera de cartel; no hay cartel. Y además, falta mucho; dos meses y pico. Tiempo de sobra para que Putin amplíe sus fronteras, Obama vuelva a mostrar sus vergüenzas, Hollande cambie nuevamente de pareja, y aquí, sobre la vieja piel de toro, crezcan tanto los brotes verdes que los pedigüeños secesionistas acaben ahogados en la abundancia.
Criticar a Valenciano es tan fácil como estéril. Su partido es quien ha perdido las banderas que han jalonado su historia desde el nacimiento de Pablo Iglesias hasta la Constitución del 78. La tricolor representa su peor momento, una pesadilla. Y, además, no fue cosa suya.