No se puede ir a un debate sobre cualquier asunto con las manos en los bolsillos, y aún menos si el tema es el estado de la Nación y se desarrolla en el parlamento. Pérez Rubalcaba consumió su último cartucho sin alcanzar presa alguna porque la demagogia no cunde, no va más allá de sí misma, no es la pólvora que la oposición necesitaba ayer para remover el terreno.
Lo único efectivo fue aquel ingenioso en qué país vive usted con que comenzó su discurso. Pero ahí quedó la cosa, en el factor sorpresa; un titular que se volvió en su contra porque es evidente que, siendo manifiestamente mejorable, el estado de la Nación es radicalmente distinto, mejor, del que lo era hace dos años.
Siendo para su credibilidad gravoso el legado del último gobierno socialista que él vice presidía, los problemas de Rubalcaba van más allá; están en la esencia de su propio partido tal y como ha quedado tras la dirigencia de Rodríguez Zapatero. Y esa desnaturalización provocada a golpes de ocurrencias y falsa progresía hace muy difícil, hasta ahora parece que imposible, articular un esquema como el que cabe esperar del referente socialdemócrata de este país, de la alternativa al gobierno conservador.
La oposición no puede ejercer su papel si no es capaz de mostrar otra vía por la que circular políticamente. Y cuando no lo hace hay que temerse lo peor: que la desconoce, que no ha resuelto el cubo de Rubik en que se superponen intereses y capacidades, necesidades y aspiraciones de una sociedad diversa y plural como la española. La brocha gorda es permisible en formaciones que no alcanzan a más, y de ellas hay unas cuantas en el Congreso, comenzando por la de Cayo Lara y de ahí para abajo, pero a brochazos no se dibuja ningún futuro posible mejor. Rubalcaba, hábil en tantas ocasiones pasadas con el pincel dejó el suyo en el despacho para improvisar su primer mitin de campaña europea. Lamentable.
Cayó en manos de un personaje que, sobre la ventaja de conocer todos los datos de que dispone un gobierno, resulta ser un excelente parlamentario. Quizá no tanto por su facilidad para suscitar empatía como por su capacidad de estudio y trabajo. Realmente resulta extraño que quien tantas oportunidades ofrece para ser acusado de dontancredismo –RAE: actitud imperturbable de quien parece no darse cuenta de la amenaza de un peligro grande- en los debates más importantes se crece por encima de sus adversarios.
Además del secretario socialista, ayer fue igualmente laminado el catalanista Durán, quizá formalmente el mejor exponente de entre los opositores. Y es que el argumento de que la democracia se basa en el respeto a la ley es demasiado sólido como para resistir cualquier circunvalación sobre el dialogo, los sentimientos y la piel del otro.
De la primera y decisiva jornada del debate general Rajoy salió crecido. A Rosa Díez, después de recordarle su interés hace un par de años en que España pidiera el rescate, le calmó no lo ha hecho bien y no pasa nada, mujer. Y del comunista catalán Coscubiela se despidió con un aplomado No tengo más que decirle, que usted lo pase bien.
Mal fueron las cosas para la oposición, y es que no hay más cera que la que arde.