Sobre el arrepentimiento no era de esperar otra cosa. Lo anormal sería que los pistoleros dieran alguna muestra de contrición, ¿cómo cabe pedirles tal sentimiento si continúan militando en el mismo gang que ha producido más de ochocientos cincuenta asesinatos en toda España y en el país vasco cientos de desplazamientos?
Nuestras fuerzas de seguridad, con importantes asistencias del exterior, consiguieron desmontar su organización y el gobierno anterior les abrió la puerta para su reinserción en la sociedad, en la normalidad civil. Pero ¡ay! los etarras no pasaron de lo que llamaron un alto el fuero definitivo, como si a aquellas alturas estuviese en sus manos dejar de matar. Fue una de tantas ingenuidades de aquel presidente, el mismo que pactó con Mas el Estatuto que después hubo de pulir el Constitucional. Historias pasadas. Pero lo que sigue estando ahí es el gang, la banda armada que durante medio siglo manejó el pomposamente autodenominado Movimiento de Liberación Nacional Vasco.
Esa extensión política fue la causa de que el terrorismo etarra fuera lucha armada y los pistoleros de la banda, comandos; no bandoleros, que sería lo que cuadra a los miembros de una banda criminal, como gangsters a los miembros de los gans americanos.
Dice Wikipedia, que el gang, la banda, es un grupo con organización interna y una dirección identificable, que asocia de forma recurrente a individuos para conseguir el control sobre el territorio de una comunidad, comprometiéndose con la violencia y otros comportamientos ilegales. Para acceder al gang, sus miembros tienen que probar su lealtad cometiendo actos criminales.
La definición, traducida del inglés, encaja como un guante a la banda etarra. Mientras sigan sin disolverse, las armas sin ser destruidas, su dinero siga siendo negro y dispongan de varias plataformas apostadas en las instituciones democráticas del país vasco, los pistoleros beneficiados por la torpe aplicación de la llamada doctrina Parot seguirán siendo los mismos. Eso sí, ahora sin capucha.