No nos merecemos lo que tenemos, ni en el Gobierno ni en la oposición, sobre todo en la oposición. Es asombroso que dentro del pandemónium organizado, las relaciones con la Santa Sede sean objeto de atención para el partido de los socialistas. Hartos ya de meter palos entre las ruedas de la máquina de las reformas parece que no han encontrado otra salida que llamar la atención del papa Francisco. Tras lo del tribunal de Estrasburgo, que Roma anulara los acuerdos del 79 sería la gran aportación que a fin de año ofrece para la normalización del país el partido de Rubalcaba, Bono, Vázquez, etc.
Ya está bien de sufrir estupideces. El estado de cuestiones como el desempleo, la incapacidad de tantos, el mangoneo, la corrupción que asoma por las cuatro esquinas del mantel nacional, el crepúsculo de valores cívicos y demás, no se resuelven a golpes de ocurrencias como la de marras. El Congreso va a perder unas horas examinando el papel que la oposición ha puesto sobre la mesa. ¿No tendrá más de que ocuparse? Tal vez mejor que no.
Caritas, centros religiosos de acogida, colegios concertados o no, y quienes cuidan del patrimonio artístico que atesoran iglesias y conventos seguirán haciendo su trabajo, pero la piedra tirada está. En la España de nuestros días hemos mutado de aquel nulla dies sine linea, de Plino el Viejo, al ni un día sin pedrada, de la edecán Valenciano.