A trece mil kilómetros, allá donde la cordillera suramericana se precipita en el Pacífico, han elegido hoy entre nueve candidatos quién presidirá la república en los próximos cuatro años. De las urnas, sólo una incógnita: ¿necesitará la socialista Bachelet de una segunda vuelta para ser proclamada presidenta?
Con el recuento prácticamente terminado parece que sí, que Michelle Bachelet habrá de enfrentarse el próximo mes con Evelyn Matthei, la contrincante derechista que hubo de hacerse cargo tarde y de mala forma de la candidatura de la Alianza con que ha gobernado Sebastián Piñera. Y en marzo la izquierda chilena recuperará el poder, esta vez escoltada por el partido comunista, extraparlamentario durante veintitrés años. Tal como hoy se han producido los chilenos, Bachelet superará holgadamente la mayoría.
El hecho invita aquí a alguna reflexión. La presidencia de Piñera, un empresario de éxito con escasos lazos con los dos partidos de la derecha, ha sido exitosa en muchos aspectos. Por ejemplo: 600.000 empleos nuevos, 7% de desempleo, 6,5% de crecimiento anual, inflaciones del orden del 3%, infraestructuras desconocidas en el hemisferio sur americano o avances en política de salud que para sí quisiera el medicare de Obama. ¿Entonces?
La razón de tan penoso final del juego es la política; la falta de política por mejor decir. La carencia de empatía, de inteligencia emocional en los cuadros, desde el presidente, su gabinete y el gobierno hasta las estructuras de los dos partidos que forman la alianza. El hecho va más allá de aquella sabia observación de que el buen paño en el arca no se vende para hundir sus raíces en la incapacidad para presentir lo que la mayoría social siente que suele acompañar a la derecha.
A la chilena los votantes le dieron la oportunidad de enderezar lo que acabó torciéndose en diecinueve años de gobierno centroizquierdista, desde la corrupción hasta el estancamiento económico. Y en eso puede irse con el expediente cubierto, pero no en otras cuestiones sensibles para las clases medias, como la educación, el mayor obstáculo para la movilidad social a que se aspira aquí, allá y más allá.
A la izquierda, apoyada en el carisma personal de su candidata, le ha bastado barrenar en el filón de las ideas –educación, distanciamiento social de los políticos, bodas gay, aborto, etc.- para velar los logros de la derecha. El resultado es el beneficio o el coste de la política, según se mire. Lo duro es que cuando se ve suele ser ya demasiado tarde.