Las ambiciones que los socialistas de Rubalcaba dibujaron en su cónclave del fin de semana son bastante alicortas; demasiado ceñidas a la actualidad superficial que marcan la crisis y las mareas callejeras. Un partido de gobierno, como el socialista lo es, no puede tratar de cerrar las memorias de su travesía del desierto con un rosario de propuestas de imposible engarce. Es lo que tiene travestirse para caer bien en ese rojerío oficial que personajes como Garzón, otra vez a vueltas con el IRPF, o el Carrillo de la Complutense tratan de protagonizar a estas alturas.
El horizonte socialista se reduce a ese pequeño mundo en que los menesterosos tengan agua y luz gratis, que el patrimonio compute en el impuesto sobre la renta, el laicismo domeñe el concordato con Roma y otras cien cuestiones, algunas tan peregrinas como que la diferencia entre el salario del primer ejecutivo no supere 12 veces al del último empleado, o meter en la Constitución “los cambios que la sociedad española ha hecho suyos: la secularización y la laicidad, la igualdad de género, el derecho a la asistencia sanitaria, internet, el matrimonio homosexual…”, en expresión del coordinador de la Conferencia.
¿Horizonte o patio interior?
No se han sustraído a ninguno de los vicios que los españoles solemos acumular en la hora de hacer política. Leyes y más leyes, como si con ellas se zanjaran los problemas. ¿Hay alguien responsable, o medianamente informado, en este país que crea posible cerrar el abanico salarial hasta ese punto, de 1 a 12? Porque prohibir que el primer ejecutivo de una empresa cobre más de doce mil euros, suponiendo que el último empleado no pase de mil, una de dos: o se está abriendo la puerta a la trampa fiscal, a la corrupción, etc., o se trata de pura demagogia.
Y por si estuviéramos faltos de códigos y normas, cuando ya existen leyes que regularon mejor o peor lo que en la calle venía siendo normal, y desde hace mucho tiempo en algunos casos, los socialistas proponen ahora meterlo en la Ley de leyes. ¿?
Para qué buscar alguna aportación ideológica sobre las cuestiones que laten más allá de los muros del patio de vecindad. Hace cuatro o cinco días me referí aquí –El BCE, Merkel y la crisis– al problema que está provocando en la Unión Europea el superávit comercial alemán. Hoy 13 de noviembre, la Comisión probablemente abra un expediente–active los mecanismos de alerta- sobre el desequilibrio existente entre los superávit del orden del 6% que los alemanes vienes registrando mientras otros estamos en los borden de la deflación.
En la cumbre de junio Merkel fue exigida para que eliminara los frenos a la demanda interna de su economía. Ni caso; las vísperas electorales no son momento idóneo para hacer mudanza, ni aun cuando se tratara de bajar los altos impuestos y a los sueldos más bajos, las cotizaciones a la seguridad social; además de establecer la figura del salario mínimo. Todo ello con el fin de trocar el papel de sanguijuela por el de locomotora, que es lo que corresponde al país grande y rico. Sobre todo cuando él ha sido el primer beneficiario de la existencia del euro.
¿Nada que aportar los socialistas al futuro de Europa, más allá de las vaguedades sobre el federalismo europeo –seguramente traído a colación para acompañar al nativo-, y de lo que estos días discurran en Málaga cerca de doscientos eurodiputados socialdemócratas? Y tampoco sobre el papel de España en el mundo.
Ni horizontes lejanos, ni de grandeza; tal vez perdidos. Fueron tres grandes películas aquellas de Mann, Wyler y Capra. Ya no se hace aquel cine. Lástima.