Parece como que el BCE estuviera aflojando las amarras con que la Alemania de Merkel ha venido controlando la política anti crisis. Ayer ha bajado hasta un mínimo histórico el tipo de interés, 0,25%, y su presidente Draghi anunció la prórroga por un año más de la barra libre de liquidez. Rápida reacción tras conocerse el riesgo de la deflación que se cierne sobre la eurozona, con una inflación del 0,7% al cabo de los primeros diez meses del año.
Las dos medidas son una apuesta por el fomento de la actividad, muletas para la salida del hoyo. La nuestra y a la del resto del continente, en diversas medidas zarandeado por la crisis y sometido a una política de austeridad que ahora, una vez ajustados los principales desequilibrios, nada ayuda a la salida del túnel; a la creación de empleo.
La patata caliente la tienen los alemanes cuyo nuevo Gobierno tendrá que moderar el paso de la oca con el que hasta ahora ha regido la economía continental, siempre pro domo sua.
Medios financieros del nivel del FMI o de la Secretaría del Tesoro norteamericano critican al gobierno germano que su tremendo superávit comercial está abriendo vías a la deflación en el resto de la UE, lo que acabará repercutiendo en el resto del mundo. Y que la férrea dirección con que han aplicado la política anti crisis en el área del euro ha jibarizado las economías de los países más afectados, con el riesgo de sumir al continente entero en una deflación al estilo de la que Japón sufrió por diez años.
Y es que la deflación generada por la debilidad de la demanda interna es elemento crítico del círculo vicioso que termina en el paro. Sin empleo no hay demanda, sin demanda los precios caen, sin márgenes las empresas cierran…
Cuando un país, nuestro caso pero también el alemán, produce más de lo que puede consumir la única espita de su sistema productivo es la exportación; de bienes y también de servicios, como muestra la salida al exterior de profesionales españoles en el último año y medio. Vale de momento pero no resuelve el problema fundamental: su estabilidad. Ello acaba afectando a las economías del resto del mundo, y lo hará en mayor medida si el euro comienza a depreciarse.
Una vez que la crisis parece haber entrado en vías, tras dos años de intervención Irlanda recuperó ayer su independencia, la UE tiene pendiente el gran debate sobre su porvenir económico, que lo es también social y cultural; definir su horizonte y establecer bases nuevas para alcanzarlo, desde la responsabilidad hasta la solidaridad como principio motor del futuro común. El enriquecimiento a costa de la pobreza ajena nunca perdura y, además, suele terminar de mala manera; en todos los casos.