Dice, y dice bien, Josep Piqué en larga entrevista publicada hoy, que el problema catalán, y él lo es, merece que el Gobierno sea más proactivo, y que ahora no se resuelve con una negociación económica. “El pujolismo político es el pasado, estamos en un nuevo escenario que se instala más en el terreno de los sentimientos, es más difícil de gestionar”.
Así parece ser. Pasaron los tiempos en que los regidores de la Generalitat pedían más y más zanahoria a lo que los Gobiernos de turno respondían con la generosidad de quien regala lo que no es suyo. Hoy, hartos de caroteno y potasio, los nuevos separatistas ya sólo piden la llave de la casa para largarse; la zanahoria en la punta del palo ya no moviliza a la tribu, cuyos chamanes han resuelto que sólo apelando a una tierra prometida podrán seguir pastoreando su parroquia.
En las escuelas pergeñaron una nueva religión, la fe en un destino donde no hay paro, ni impuestos para pagar los EREs de los andaluces ni los AVEs a Galicia o al país vasco, donde los emigrantes vuelven a su sitio y el postre de músico cierra las comidas del fin de semana. Un mundo feliz en el que la pobreza no existe. Lo que nadie les ha explicado –qué poco se lee en el país- es que para alcanzar tanta beatitud, muchas cosas habrán de perder por el camino, como la libertad, la convivencia pacífica, la solidaridad, nivel de vida y el respeto ajeno. Huxley, en su novela sobre ese nuevo mundo, se refiere a la desaparición del arte y la diversidad cultural, de la religión, la familia y hasta del pensamiento.
Más allá del euro aquí nadie les ha explicado nada de eso a los embarcados, o embaucados, en la travesía a esa utópica arcadia. Confrontar sentimientos no suele conducir a ningún sitio luego compartible por unos y por otros. Los sentimientos son imbatibles en su terreno, y más los alimentados por leyendas románticas en las que supremo ideal es el ideal perdido. Lo que hay que confrontar es ensoñación con la realidad; la leyenda con la historia, y un pasado que pudo haber sido con el futuro mejor a construir en común.
Todo ello no es sólo es cuestión del Gobierno. Los ciudadanos tienen que ganarse su carta de libertad, como ayer hicieron muchos millares en su Plaza de Cataluña, y tendrán que seguir haciéndolo cada cual desde su sitio explicando hasta la ley de la gravedad, esa que dice que las cosas acaban cayendo por su propio peso.
Y al final, la Ley con mayúscula; el carrot and stick approach, que dicho así suena mejor.