Manolo Martín Ferrán se ha ido con la humildad propia de quien dedicó su vida profesional a contar; a trasladar a los demás lo que está pasando o lo que puede pasar. En ese difícil arte de comunicar sólo alcanzan la maestría quienes saben dejar paso a lo que pasa respetando la distancia entre la realidad y sus propios juicios.
Manolo lo hizo a través de todas las formas posibles del periodismo, en las redacciones como en los consejos de administración de las empresas que impulsó: periódicos, radios, televisiones, hasta asesorías; todos los medios de comunicación fueron para él ocasión para emprender y, así, derribar prejuicios abriendo puertas a la libertad.
Un ejemplo de civilidad, de empeño y de cultura; cultura vivida, además de aprendida, y un inmenso sentido del humor. Gracias a todo ello pudo sobrevivir a tantos avatares, desde la censura de los años sesenta, cuando inventó la columna radiofónica en la SER de los Fontán, En menos que canta un gallo, hasta la última y tremenda quiebra de su salud. Siempre independiente.
Como diría Baura, aquel otro yo del que colgó frases redondas como sentencias, los héroes no tienen por qué morir en ningún campo de batalla. Él lo ha hecho en Madrid, como buen burgués gallego, con un toque cántabro. A las puertas del último fin de semana de agosto como para no molestar a nadie y, sobre todo, de la mano de Rosalía –“Rosalía y yo no somos dos personas, sino sólo una” tenía dicho- y con sus tres hijos al pié. Su más preciado tesoro.