Lo fundamental del debate de ayer fue el mensaje del presidente y su objetivo: la confianza del exterior en la estabilidad de la situación española. Ese fue el núcleo de sus tres intervenciones. Rajoy no tardó demasiado en desembarazarse del ovillo de denuncias liado por el chorizo de los 48 millones. Ni siquiera se entretuvo más de cinco minutos en repasar los ligeros alivios que han mostrado el paro y las finanzas públicas.
Por no gastar más tiempo del preciso comenzó mostrando cara de pocos amigos ante los grupos de la oposición. Pocas veces un debate en el Congreso español alcanzó la dureza con que se produjo la mayoría de sus protagonistas. Así debió de sospecharlo quien llevaba la iniciativa y así comenzó cortando el ambiente con palabras afiladas.
Rajoy dijo lo que los socios europeos y los inversores querían escuchar, que no piensa dimitir ni en convocar elecciones. Lo demás, liturgia obligada. Que las minorías radicales no entendieran nada, poco tiene de extraño. Pero que el otro partido de gobierno se entretuviera en releer durante sus dos intervenciones el guión de Bárcenas transcrito por el diario de Berlusconi no es fácil de comprender.
Rubalcaba se mostró desubicado de principio a fin, tanto argumental como gestualmente. El país necesita ya un pronto restablecimiento de quienes hayan de representar a la socialdemocracia. La dialéctica política no puede seguir tan desnivelada porque su polo izquierdo esté sometido a una fuerte depresión. Ha perdido demasiado tiempo en recomponer los destrozos producidos por su anterior equipo, del que Rubalcaba formó parte medular; y eso no ayuda a la reconversión. Los problemas que le caen encima al presidente del partido, Griñán, bien podrían desencadenar una catarsis antes del calendario anunciado. El país lo necesita, y también sería positivo ante nuestros socios.
Lo demás, insultos incluidos, carece de relevancia. De puertas adentro la sesión poco habrá cerrado; la estrategia de acoso y derribo construida desde las denuncias de Bárcenas seguirá activa, como seguirá éste sin aclarar de dónde sacó los cuarenta y ocho millones hasta que, cuando mejor le cuadre, comenzará a decir que la pasta no es suya. Y algunos seguirán haciéndole la ola. Al tiempo.