Mal muy mal está el partido de los socialistas para que una persona antes sensata, Alfredo Pérez Rubalcaba, haya hocicado ante sus conmilitones catalanes. De las crisis no se sale por peteneras, y menos de las internas. Entre romper con un tal Pere Navarro y hacerlo con el resto de los españoles, socialistas y no socialistas, el dirigente del partido obrero y español que se califica de socialista ha optado por lo segundo.
Presentar el federalismo como la consecuencia lógica, como un continuo, de las autonomías es una simpleza impropia de un responsable político; es una simpleza ayuna de toda razón lógica, histórica y política. Este “viva la pepa” que se han regalado los barones socialistas obreros españoles no servirá ni para atajar la deriva de su sucursal catalana; de hecho Navarro ya ha manifestado que no se apea del “derecho a decidir”. Tampoco colmará de satisfacción a los vascos de López. Y mucho menos resolverá los problemas creados por los separatistas de salón, tipo Mas. Por una sencilla razón: el federalismo es centrípeto.
Los estudiantes de ciencias políticas, incluso los de un buen bachillerato, saben que las raíces del federalismo son justamente opuestas a lo que estos aprendices de brujo han pergeñado. Los estados federales no se constituyen como tales para acomodar diferencias sino como poder superior para aunar a los federados. El Estado federal retiene para sí gran parte de las capacidades de autogobierno de los preexistentes; que esa es otra, la soberanía.
La ocurrencia presentada en público por Rubalcaba se cisca en el artículo primero de la Constitución:” La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Es un principio común a los estados modernos desde las revoluciones burguesas de hace dos siglos. ¿De qué nación habla Rubalcaba, de qué pueblo?
No cabe poner al día la Constitución partiendo del principio de que hay soberanías repartidas entre los pueblos castellanos, catalanes, gallegos o andaluces y así hasta diecisiete. Ni tampoco ir por el atajo de convertir el Estado español en una federación de comunidades autónomas, cuestión expresamente prohibida en el artículo 145.
¿De qué espíritu constitucional habla Rubalcaba cuando no corta de raíz la desigualdad que comporta limitar la solidaridad; ese trágala que con el absurdo nombre de “ordinalidad” han impuesto a los socialistas obreros y españoles los socialistas catalanes, ni obreros ni españoles, según sus siglas?
Rubalcaba y los suyos han hecho un pan como unas tortas. Hubo de ser en la bella Granada que Boabdil dejó llorando por no saber defenderla.
No hubo después de Munich un camino común para los firmantes de esos documentos. Lo que sí se produjo fue la ruptura con el discurso del odio. Democristianos, liberales, socialistas, republicanos y, desde fuera, comunistas, pudieron, a partir de entonces, hablar entre ellos sin que la amenaza física hiciera acto de presencia.
No hubo después de Munich un camino común para los firmantes de esos documentos. Lo que sí se produjo fue la ruptura con el discurso del odio. Democristianos, liberales, socialistas, republicanos y, desde fuera, comunistas, pudieron, a partir de entonces, hablar entre ellos sin que la amenaza física hiciera acto de presencia.