Alcanzar un acuerdo entre gobierno y oposición requiere condiciones que no siempre están disponibles; comenzando por la buena intención. No es sencillo el proceso porque llegar a un consenso entre fuerzas opuestas obliga a salvaguardar las líneas rojas que acaban definiendo las diferentes sensibilidades sentadas a la mesa.
Y también cuestiones menos medulares, como refrenar el cainismo en que hoy está sumido el juego de la política nacional y que tantos parecen empeñados en que no desfallezca.
Ese resguardo de lo intocable para unos y otros es fundamental para que el acuerdo posible no acabe en mero papel mojado. Poco importa que las aproximaciones y primeros pasos estén rodeados de la discreción precisa; a la postre lo acordado se hará público, como público ha de ser su reconocimiento y aceptación por ambas partes.
El mejor de los pactos es aquel en que los de enfrente acaba saliéndose con nuestra razón. Ahí radica una de las claves que asegura un buen acuerdo. Merecerá la pena todo cuanto se haga en ese sentido, comenzando por el gesto de otorgar al otro el mérito de la iniciativa. En aras de un gran valor cualquier precio resulta barato.
Después de la literatura vertida sobre la necesidad o conveniencia de un pacto nacional para solventar los problemas acarreados por la crisis parece que el camino se ha abierto. No será un gran pacto global como los de la Moncloa de 1977, pero populares y socialistas sí parecen dispuestos a hacer frente común ante cuestiones como el fomento del empleo, pensiones y salarios o reforma de la administración; a llegar a unos acuerdos básicos con los que restaurar la confianza ciudadana en la política, y la de los socios europeos en el compromiso español para salir del hoyo.
Ese objetivo restaurador de la confianza popular tropezará indudablemente con el rechazo de minorías como las comunistas y otras que vienen pescando en el río revuelto por la crisis. El precio que socialistas y populares hayan pagar seguramente puedan amortizarlo pronto; la vuelta a la normalidad, convertirá los costes en dividendos.
El arte de pactar requiere la inteligencia suficiente para no preguntar al otro si estamos de acuerdo en todo, sino tan sólo si marchamos por el mismo camino. Goethe escribió algo parecido.