Decíamos ayer que las palabras de Aznar podrían sentarle a Rajoy como un sinapismo. De los dos significados del término –cosa molesta o cataplasma para el catarro- por lo comentado en Bruselas queda claro que ha preferido el castigo a la cataplasma. Lástima, podría haber saludado las palabras de su antiguo mentor como opiniones para él del mayor interés. ¿O no lo son?
A dónde pudiera llevarle ese interés es asunto que, de momento, podría guardarse. Porque no parece razonable que el presidente quiera seguir dos años y medio más sin explicarse; sin dar pistas de qué piensa hacer para volver al crecimiento, dónde vislumbra que estaremos tras esta larga pesadilla, cuándo enfrentará la cuestión catalana, si piensa que hay que reformar o no la ley de partidos, la electoral, la composición de las cámaras; todas, desde las Cortes hasta los Ayuntamientos.
Claro que atender ciertos aspectos de la crisis ha de merecer de su parte muchísima atención –de momento circunscrita al equilibrio fiscal- pero es que no saldremos de como estamos sin dar un repaso a fondo al Estado, de arriba abajo; poniendo al día lo que ha quedado vacío hasta de buenas intenciones, como el reparto de competencias estatales, autonómicas y municipales. Por ejemplo.
O cuánto Estado podemos pagarnos sin convertir el sector público en una inmensa barra libre. Habrá que explicarlo aunque no sea más que por respeto a los seis millones que aguardan su turno en la calle.
Y qué decir del rearme de valores, de la ética en el ejercicio del poder, de la honestidad ciudadana, de la meritocracia como motor de igualdad, del respeto a las leyes, comenzando por el de las personas, ¿nada?
En fin, quiéralo o no, el señor presidente tendrá que cumplir los recados que ayer le dejó su antiguo jefe político. Sin renunciar a la mayoría de que dispone para gobernar, que también se lo recordó. Renovar aquel pacto con cerca de once millones de españoles es tarea urgente si quiere seguir ocupándose de la crisis.
Y salir de ella, lo que por la vía única de los ajustes parece una misión imposible cada día a más europeos. Hace ya un mes Letta, el flamante presidente del Consejo italiano, se estrenó diciendo en la Cámara de Montecitorio: “Les hablaré con el subversivo lenguaje de la verdad… a largo plazo el rigor fiscal solo, sin estímulos, puede matar a Italia”. Pues eso.