Ángel Sanz-Briz será de nuevo honrado, ahora en el marco del Festival Internacional de Santander, por salvar cinco mil vidas humanas. Fue en el año 1944, durante la ocupación nazi. Eran judíos.
Había llegado como encargado de negocios al frente de la Legación española, recién casado con Adela Quijano y allí nació su primera hija. Pronto tuvo su primer encuentro personal con el holocausto, la detención de cuatro empleados nativos en la embajada. El 15 de julio del 44 recibió el siguiente telegrama de Madrid: “Queda autorizado para realizar gestiones que estime pertinentes a fin de lograr que abogado y médico de esa Legación, así como mecánico y otro sirviente detenidos por supuesta ascendencia israelita, sean puestos en libertad y puedan desempeñar sus habituales funciones. Jordana”.
El conde de Jordana, sucesor de Serrano Súñer en el ministerio de Exteriores y firmante de la instrucción, era uno de los contados aliadófilos en los primeros gobiernos franquistas. De él escribieron elogiosos comentarios los embajadores inglés y norteamericano en Madrid aquellos años, sir Samuel Hoare y Carlton Hayes. Garzón, el juez estrella imputado por prevaricación, lo incluyó sin embargo en el sumario que abrió en la Audiencia Nacional por crímenes contra la humanidad en los que habrían incurrido treinta y cinco autoridades del régimen anterior. La llamada memoria histórica…
Por cierto, el citado sir Samuel, primer vizconde de Templewood, fue quien respondió aquello: “No, no necesito más policías, sino que deje de mandarme más manifestantes” al gobernador civil de Madrid que hacía como que le preocupaba por la bronca manifestación de falangistas ante la embajada británica reclamando Gibraltar.
Jordana murió en agosto de aquel mismo año cuando Sanz Briz ya había iniciado su política humanitaria. Además de las largas conversaciones que con él mantuve cuando estaba a punto de mudarse de Pekín a Roma, sus dos últimas embajadas, la lectura de sus despachos a Madrid reproduce lo que está viviendo, e incluso lo anticipa, con nítida precisión, como puede comprobarse entre las páginas 133 y 151 de la obra “España y los judíos durante la segunda guerra mundial”, en este mismo blog.
Recurrió a todos los ardides posibles, incluido el soborno al gauleiter de Budapest, delegado nazi en el territorio ocupado: “Le envié una carta muy amable en la que le incluía una importante cantidad de dinero con el ruego de que fuese utilizada para ayudar a los refugiados de las zonas ocupadas por la Unión Soviética. Desde ese momento conté con su ayuda”
Trabajó en estrecho contacto con el encargado de negocios de Suecia, Raoul Wallemberg y ambos, pasados los años, recibieron el más alto reconocimiento del Yad Vashen, el título de Justo entre las Naciones porque “quien salva una vida salva el universo entero”, dice el Talmud.