Lo que viene ocurriendo es el fruto madurado en el árbol del buen rollito. Lo de Chávez y sus mariachis, incluido el secretariado de las Cumbres con sede en el madrileño Paseo de Recoletos; el asesinato de un joven y las manifestaciones salvajes en Madrid que la delegada del Gobierno deja pasar con estúpidos pretextos, los inacabables desplantes de socios del propio Gobierno, las guerrillas urbanas de Guipúzcoa, el incumplimiento de leyes como la de símbolos nacionales o la mismísima Constitución, todo eso con que nos desayunamos cada mañana son, hablando más en serio, consecuencia de la falta de autoridad.
La autoridad, en todas y cada una de sus acepciones, es principio radical de todo gobierno. Su carencia pronto se advierte y los vacíos acaban siendo ocupados por los más audaces u oportunistas. El talante con que el señor presidente se revistió hace cinco ha acabado siendo letal para los intereses generales de los españoles, algo bastante más importante que el afán de coherencia, o simplemente las ganas de seguir ahí, que siguen alentando la blandengue política de Rodríguez Zapatero.
El buen rollito de que hace gala (“un momentín”… le suplicaba al sátrapa venezolano para seguir haciendo uso de la palabra) le convierte en una suerte de espécimen de la “modernidad liquida”. Claro que la lectura de Zygmunt Bauman requiere mayor aplicación que la de Suso de Toro, tan del gusto presidencial. Pero no es eso lo grave, sino las consecuencias de tan frívolo modo de plantarse en la vida. Y así pasa lo que pasa, y seguirá pasando si el común de los ciudadanos no decide otra cosa el próximo mes de marzo.
Mientras, las minorías republicana y comunista socavan la forma del Estado con la misma naturalidad con que los terroristas negocian la independencia, millares de sin papeles llegan por tierra, mar y aire, o los dictadorzuelos que alimentamos con nuestros impuestos nos acusan nada menos que de genocidas. Y no pasa nada, como dicen los corifeos de este poder que no sabe serlo.
“Un momentín…” Así, como con mimo para no soliviantar aún más a la fiera sentada unos metros más a su izquierda. ¿Pero por qué no actúa usted, señor presidente, con la seguridad que le presta el puesto que ocupa? Por ejemplo, en lugar de exculparse, de marcar esas abismales diferencias que, dijo, le separan de su antecesor –por cierto, supongo que menores de las que medien entre usted y el golpista genuino- podría usted haberle espetado, con una sonrisa, eso sí, que en cuanto a lo de que los españoles cometimos el mayor genocidio de la historia, realmente genocidas lo habrían sido, en su caso, sus abuelos, los Chávez, Ortega, Morales, etc. que allí llegaron. Porque los nuestros, que sepamos, permanecieron aquí haciendo sus cosas, seguramente más aburridas.