La negativa de la fundación que representa el señor Alcaraz a participar en la manifestación que ayer congregó a todo el abanico constitucional es tan absurda como la inasistencia del señor presidente del Gobierno. El miedo escénico explica las razones del inquilino de La Moncloa. El gesto adusto hasta convertir en cejijunto su ceño circunflejo no es arma suficiente para acallar las ganas de silbar que a muchos les entran nada más verlo en algo relacionado con los asesinos del norte. Pocas excusas más chuscas que la de que el señor presidente, desde que lo es, no ha asistido a manifestación alguna. Y por si la memez quedara corta, el argumentario continúa explicando que lo de ayer era una cuestión de partidos políticos… como si el personaje no fuera secretario general del suyo.
Lo del señor Alcaraz no merece la pena más letras de las que lleva la palabra incongruencia. Tampoco es de hoy. Sigamos con el Gobierno y sus explicaciones. Porque a medida que pasan las horas, las informaciones/explicaciones que van surgiendo desde el ministerio del Interior y otras fuentes gubernamentales se tornan cada vez más confusas. ¿Tantos testigos vieron tantas cosas, y tan contradictorias, como se nos cuenta? Nada cuadra. Pero, en fin, acabará haciéndolo; incluso con topos de por medio.
Lo que nunca nos explicará ningún portavoz socialista, ni ministro de este gobierno, ni su presidente, es por qué razón los asesinos cumplirán ahora sus penas íntegramente, y el señor de Juana Chaos, más asesino que nadie si es que caben grados en la materia, era acreedor de la libertad; un hombre de paz, como aquel Otegui por el que nadie quiere dar hoy un euro; ni sus compañeros de prisión, ni sus interlocutores gubernamentales de hace un año, tan sólo un año.
¿Es que ahora toca ponerse solemnes porque las elecciones están a la vuelta de la esquina y uno de los tres pilares de la legislatura socialista, la paz etarra, ha saltado definitivamente por los aires?
Los problemas abiertos por el Estatut, el segundo pilar, están a punto de ser suturados a golpes de hacha por un Constitucional surrealista. Pero ese es tema para otro día.