Lo primero que uno se pregunta después del 4-3 del Borussia sobre el Real y del 7-0 del Bayern sobre el Barça es por qué los líderes de la liga alemana derrotan a los de la española mientras que la selección española viene ganando sistemáticamente a la alemana durante el último decenio: Eurocopa 2003, por 3-1; Eurocopa 2008, por 1-0, y Mundial 2010, Suráfrica, 1-0.
La aparente paradoja permite dudar, siquiera por un momento, de la utilidad de tantos fichajes millonarios por parte de nuestros dos cabezas de serie. Cierto es que en los partidos perdidos esta semana no pudieron lucir las dos estrellas foráneas, Cristiano y Messi, pero ¿habrían ganado los de Munich o los de Dortmund a la selección hispana; es decir, al combinado de los nacionales del Barça y Madrid, que eso es prácticamente el equipo nacional?
Son cuestiones que llevan a pensar en lo alegremente que este país nuestro ha estado tirando de chequera para no ahorrarse caprichos. Sin reparar demasiado en gastos, nuestros clubs deportivos han estado esquilmando lo mejor que sale por doquier. Hasta el pobre Racing de mi tierra tuvo a José Campos como veedor para pescar a los chavales que apuntaran buenas maneras a los doce o trece años, allá por las americanas.
Y entre tanto, convocados habituales a nuestra selección, como Mata, Silva, Cazorla o Pepe Reina han de jugar como figuras en equipos ingleses, que de fútbol entienden lo suyo. Ayer mismo pudimos ver a otro internacional patrio jugando en el Bayer, Javi Martínez. En fin, extraña lógica la del fútbol nacional.
Todo tiene sus ciclos, y lo de lo del balón no se salva. En los años 20 del fútbol fuerza, cuando Belaúnde jugando un España-Suecia gritó desde la banda aquello de “¡Sabino, a mí el pelotón que los arrollo!”, no nos comíamos ni media rosca. Las pequeñas victorias que décadas más tarde consolaban medianamente a la afición debieron más a la picardía de jugadores que combinaban astucia y esfuerzo, Raúl es el prototipo, que a las geometrías variables con que otros equipos se plantaban en el campo de juego. Y las grandes han llegado cuando Aragonés y del Bosque acertaron a trenzar una nueva forma de hacer fútbol, el tiqui-taca de Iniesta y Xavi. Pero ver ayer a los alemanes replicar el modelo hace pensar en que otro paradigma está ya a la vuelta de la esquina.
Pasa en todo, incluso en las cosas más serias, como las de comer. De los tiempos del dinero fácil hemos pasado al de la fiscalidad que asfixia el crecimiento económico, y a su denuncia, como ayer hizo público el presidente de la Reserva Federal americana, Bernanke. El banco central norteamericano seguirá imprimiendo dinero para acelerar la actividad y la creación de empleo, con los tipos de interés entre el 0 y el 0,25%. El nuestro, el BCE instalado en Frankfurt y que preside Draghi permanece atento a la inflación, como si fueran estos los años 20 del pasado siglo, cuando la hiperinflación de la república de Weimar abrió las puertas de Alemania a Hitler.
¿Qué culpa tendremos los demás de que sus sucesores sigan presos de aquel síndrome? De momento, y a falta de un encuentro Bernanke-Draghi, en la Europa continental, seguiremos administrando miserias y alargando el ciclo depresivo hasta… ¿alguien sabe dónde, o cuándo?