Y con el Real, también. En dos días nuestros dos grandes clubs poco han hecho por eso que llaman “marca España”. Con presupuestos que dan como para comprarse las plantillas de cualquiera de los dos equipos alemanes, los señoritos de la Liga y sus entrenadores han hecho un solemne ridículo. Cierto es que tienen vuelta, pero cuesta arriba, demasiado empinada.
El fenómeno que se visualizó en la tarde del martes tal vez amerite una breve reflexión, porque algo raro ocurre cuando al Bayer de Munich le salieron tantos hinchas en España mientras jugaba con el Barça. El fenómeno supera las fronteras del madridismo donde, por cierto, muchos estaban deseando una final española para volver a ganar a los de Messi. Seguramente las causas de tal desafección tengan que ver menos con el deporte que con la política.
“Més que un club”, reza su eslogan. Desde sus inicios, primeros años del pasado siglo, Joan Gamper trató de ganarse el apoyo de los sectores catalanistas, y en 1977 Agustín Montal lo lanzó a la política reivindicando el Estatuto de Autonomía. Hoy puede leerse en la propia web oficial del Fútbol Club Barcelona: “Son los sectores de las clases intelectuales y de los políticos de izquierda quienes se hacen del Barça por su papel de valedor de los derechos y las libertades democráticas”.
Cuando se plantean así las cosas no es de extrañar que los desatinos políticos del actual presidente de la Generalitat afecten a las adhesiones que en el resto de España tiene el club hecho insignia del nacionalismo catalán, extemporáneo fenómeno político éste del nacionalismo, que hoy poco tiene que ver con la izquierda y las libertades democráticas. Desafección que ha llegado a producirse incluso entre quienes acostumbran a convertirse en seguidores del que encabece la liga, abundantes en un país en que tantos están siempre dispuestos a acudir prestos en ayuda del vencedor.
De la mixtura política-deporte no suele salir nada bueno, tal vez porque sus modos de competir sean radicalmente distintos. El deporte premia la limpieza; los medios importan sobremanera, tantos como los fines suelen justificar muchas malas políticas. Los ejemplos de manipulación del deporte para fines políticos son infinitos, desde las olimpiadas que Hitler organizó para demostrar al mundo la superioridad de la raza aria, hasta la utilización del club catalán perpetrada recientemente por el anterior presidente para su propio lanzamiento político y medro personal.
Y todo eso acaba pagándose. El deporte no se lo merece.
Lo del Real es harina de otro costal.