Como Valencia en fiestas, el escenario de la política nacional aparece sembrado de esperpentos a la espera de la chispa que desencadene la gran taca final. Aquí los ninots son de carne y hueso, como los falleros que arman sin descanso la tramoya de los escándalos que llegan hasta el común, ya sin capacidad de sorpresa.
Este tipo de grotescos comportamientos está al alcance del mundo mundial y sin necesidad de recorrer plazas como las valencianas del Ayuntamiento o de la Merced, o la calle Convento de Jerusalén con Matemático Marzal. Desde hace unos meses los sirven acuciosamente los diarios de papel y los otros, ya más leídos que los impresos. Y se amplifican por las cadenas de radio, televisión, twitter, wasap, y demás plataformas en la red.
En qué acabará todo esto, aún no se sabe. De momento está destrozando todo lo que cabe ser destrozado; es decir, todo lo que tiene sustancia, enjundia. Va arrasando el solar nacional con una extraña precisión, tocando donde más daño puede hacer. El vacío creado por largos años de incuria valórica lo está ocupando una especie de contracultura destructora animada por sujetos que llegan a camuflarse de adalides de la decencia cuando no de restauradores de los mejores momentos de nuestra historia.
Muchos son los falleros de este aquelarre nacional, y muchas también las motivaciones que los ponen en marcha. Casos hay nacidos de aquello tan viejo de que una mancha de mora con otra mora verde se quita, y así unos airean viejas fotos del traficante y el popular cuando los ERE’s más aprietan a Griñán, Chaves y compañeros socialistas.
Otros tratan de sacudirse el polvo que aquellos lodos les dejaron dándole a lo más alto, por si el personal se olvida de los millones que su sindicato sacó de la bolsa destinada a los parados. Los que deberían mandar andan sumidos en una perplejidad paralizante sin saber por dónde van a salirles los golfos que alimentaron. Y en el río revuelto, los demás buscan hacerse un hueco entre tanta desolación. Unos desde los pequeños partidos-rémora y otros, los más, atribuyéndose la legitimidad de la calle, como si la calle fuera la zarza ardiente del Sinaí que no se consumía.
Por cierto la primera acepción del término falla en el DRAE es “Defecto material de una cosa que merma su resistencia”.
Hay más problemas que los derivados de la crisis económica. Alguien debería atenderlos ya. El tiempo cura casi todo… siempre que haya tiempo.