Que haya algunos centenares de individuos dedicados a ganarse la vida imitando a los nazis del brazalete con la araña de los años 30 a “señalar” a otros ciudadanos es de aurora boreal. Que haya quienes dicen comprender tal atentado y que los medios de comunicación colaboren a extender manifestaciones fascistas de esta naturaleza es aún más lamentable. Casi tanto como la pasividad con que la autoridad pública asiste a tales asaltos, señalamientos, marcaciones, etc.
Parece como si la Constitución sólo garantizase el derecho a la vivienda. ¿En qué país vivimos si el derecho a la integridad física y moral no está garantizado; o la libertad ideológica, o la seguridad, o el honor, o la intimidad personal y familiar y la propia imagen? Son todos ellos parte de los derechos de los ciudadanos libres que consagra la Gran Ley en su capítulo segundo, “Derechos y libertades”.
El derecho a la vivienda se trata en otro, el tercero, titulado “De los principios rectores de la política social y económica”. Y ahí, en el artículo 47 es donde se establece el derecho de los españoles a una vivienda digna y adecuada, para lo que los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias para hacerlo efectivo “regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”. Es lo que dice y no otra cosa.
Claro que se puede pedir a quienes hacen las leyes que afinen los controles sobre los medios para acceder a la propiedad de la vivienda, pero no a golpe de amenazas –como Colau hizo en una tarde de febrero en el Congreso- ni de altercados públicos que atentan contra la libertad. Porque siendo muy dignas de consideración los miles de millares de firmas recogidas en cualquier sitio, más lo son los votos depositados en las urnas bajo control judicial.
El caldo de cultivo, crisis y demás, es especialmente espeso en la juventud según cabe deducir del sondeo -600 entrevistas- realizado por Demoscopia y que ayer publicaba el periódico global en español. Sólo tres muestras: quienes tienen entre 18 y 34 años valoran más que los otros grupos de edad las ONGs, el movimiento de afectados por la hipoteca y la televisión; apoyan menos que los demás, aún siendo ligeramente positivos, la figura del Príncipe de Asturias o los periódicos, y muestran la mayor desafección al Rey y a los partidos, parlamento, etc., hasta a los obispos.
Dejando al margen la impronta de la actualidad sobre algunas de las cuestiones indicadas, no deja de sorprender el contraste entre la valoración que otorgan a los periódicos y a la televisión. De esto y de todo lo demás, cuánto sea debido a la crisis y cuánto a los sistemas de educación de que ha sido víctima esa generación, es una cuestión que debería hacer meditar a muchos; comenzando por los que pusieron en marcha las reformas socialistas de 1985, LODE y 1990, LOGSE, y terminando por los que ahora no se prestan a ningún tipo de acuerdo para reformar las reformas.
Calidad educativa, ja.