Más que juicios propios de la Justicia el país está sometido a los juicios de intenciones que emiten los agentes políticos y a los prejuicios que anidan en el almario de cada cual. Los de la Justicia cursan a tan largo plazo que acaban en la nube, tal vez como fuente de jurisprudencia para lo sucesivo.
Ejemplo relevante de juicio de intención, el de la socialista Valenciano al dejar sembrada la inquietud por que la Casa del Rey o el Gobierno paralicen la investigación sobre el proceder de la Infanta.
Ejemplo de prejuicios, los que cabe leer en los comentarios que ciudadanos cobijados bajo el anonimato hacen a las noticias que los medios difunden por la red o dejan en algún blog, como el que ayer me espetó un atrabiliario insultón por no tratar sobre el tema. Y de lo otro, de los juicios de verdad, los de la Justicia, no hay más ejemplos que las imputaciones que a diestro y siniestro sobrevuelan el territorio nacional de norte a sur y de este a oeste.
Obviamente no es irrelevante el paso dado por un juez para citar a declarar como imputada a la Infanta Cristina y sra. de Urdangarín en el procedimiento abierto sobre las actividades de su marido y del chantajista que le acompañó durante años en sus extraños negocios. La posibilidad de que la hija de un monarca se siente en el banquillo de acusados no es frecuente; incluso resulta insólito. Y ahí radica la ineludible responsabilidad de la Infanta. Sea cual fuere el final de este sumario, y aunque todo se redujera a delitos fiscales sin otras derivadas de alcance político –tráfico de influencias, etc.-, ella ha perdido ese intangible que está obligada a preservar y que llaman ejemplaridad.
Poco tiene que ver con el resultado de la administración de justicia, pero sin tal atributo nada le es debido.
No es cuestión de prejuicios, sino de una exigencia que viene de muy lejos, desde que Plutarco nos contó cómo Julio César repudió a Pompeya. Ni siquiera abrigó la sospecha de una infidelidad con Publio Pulcro, pero dejó dicho para la Historia aquello de que “No basta que la mujer del César sea honesta, además ha de parecerlo”.
Lo demás, literatura.