¿Y si en lugar de entrevista dijésemos conversación? El discreto encuentro del presidente del Gobierno con el de la Generalitat ha causado cierto escándalo entre políticos. Como si la política no estuviese cuajada de encuentros, entrevistas, conversaciones, desayunos y cenas privadas. ¿Por qué llamar secreto a lo que puede citarse como privado?
No sé de quién partiría el deseo de que la visita fuese reservada, aunque supongo que saliera de Mas, sometido en su parlamento al estrecho marcaje de los republicados de izquierda, compañeros de viaje que se lo están comiendo por los pies. ¿Cuándo aprenderán determinados políticos, la mayoría, que cuando se disfrazan de otra cosa están empujando a los suyos a echarse en brazos del original, de la verdadera otra cosa? Y es que la gente hizo suyo aquel consejo publicitario, “rechace imitaciones”.
Partiera de uno u otro, el encuentro en sí ya es positivo. Cuando la gran carencia política del momento es el diálogo, el intercambio de razones, incluso el roce humano, que el presidente de la Nación y el de cualquier comunidad es interesante de por sí. Y si éste es el caballero que ha hecho protestas de fe en un estado soberano para su circunscripción, razón de más.
No hay que remontarse más allá del nacimiento de nuestra democracia actual, la más duradera en la historia, para apreciar el valor de estos pourparler entre actores de diferentes tendencias.
Sin la discreción con que se consumaron, los primeros contactos entre los personajes que lideraron el cambio político difícilmente habrían dado los resultados alcanzados. Comenzando por la que celebraron un año antes de formarse las primeras cámaras el presidente Adolfo Suárez con el socialista Felipe González y siguiendo unos meses después con la de Suárez y el comunista Carrillo. Ambas tuvieron lugar en escenarios discretos, en un piso de la calle madrileña del profesor Waksman, la primera, y en un chalet de Pozuelo la segunda, cuando ni el partido socialista ni el comunista estaban legalizados.
Como discretas eran las conversaciones a solas entre Suárez y González al término de las reuniones que celebraba periódicamente en La Moncloa el presidente con la plataforma de partidos democráticos antes y después del referéndum para la Reforma política.
Y qué decir de la elaboración de la Constitución llamada de la Concordia precisamente porque las fricciones entre unos y otros se limaron durante horas nocturnas por los dos alfiles de los partidos relevantes, Abril y Guerra, en torno al estadio Bernabéu.
El pasillo que circunda el hemiciclo del Congreso ha sido escenario de paseos a dos de los que salieron, además de leyes, cuestiones menos públicas, como el alumbramiento de la alternativa socialista.
¿Escándalo en los medios políticos ante una reunión discreta? Al común de los españoles lo que les preocupa es que aquellos usos perfectamente democráticos –quienes dialogan están apoderados por sus votos- hayan sido suplantados por el acoso, el insulto y otras lindezas que vienen caracterizando la pequeña política de los últimos años. Como recurrir al Constitucional como niños a la maestra de escuela.