Cuando uno oye al presidente del Gobierno de su propio país que lo de la inflación va bien porque si descontamos las alzas del petróleo y alimentos estaríamos en un 2,5 anual lo que demuestra –siguió diciendo- que se trata de un problema importado, dan ganas de cambiar de país, cosa bastante más fácil que cambiar de presidente, a lo que parece. ¿Qué pecado colectivo habremos hecho los españoles para merecer trato semejante?
Luego nos enteramos de que el personaje piensa que no puede decirnos la verdad porque sería peor para nosotros, nos alarmaría, explicaba al presidente del Círculo de Economía barcelonés como si estuviera hablando con un marciano. Y el marciano, como suele suceder, le dio razón.
Se trata de algo más que de un mentiroso compulsivo; de cuantos personajes han pasado por la Moncloa éste es al que mejor le cuadra aquello del “tahúr del Misisipi” que Alfonso Guerra dejó grabado en el bronce de las majaderías políticas contemporáneas. Eran otros tiempos y el hoy veterano parlamentario sevillano está de vuelta de demasiadas cosas como para alzar su voz ante el abuso constante de su jefe de filas. Lástima. Pocas gentes como él podrían levantarse en el diario amigo con la pregunta que Cicerón espetó a Catilina: ¿Hasta cuándo seguirás abusando de nuestra paciencia?
Porque la oposición está para otros menesteres, comenzando por el de repescar el sentido común perdido en la última derrota electoral. De otra forma no se entiende su silencio en cuestiones tan elementales como, un ejemplo, lo del precio del gasóleo y demás combustibles. Si alguien con derecho a minutos de pantalla se limitara a informar del escandallo de precios de los derivados del petróleo se armaría la marimorena. Porque el barril lo importamos, efectivamente, pero los impustos, no sólo el IVA, son cosa nuestra. ¿Cómo explicaría el personaje que abusa sin tino de nuestra paciencia que por cada dólar que sube el barril el Estado recauda más, y los ciudadanos disponen de menos? Sin duda con una simpleza del calibre de que no se debe incentivar el consumo. O que el Gobierno no debe ir contra el mercado. O… cualquier otra tomadura de pelo, como acostumbra.