Este verano de 2008 podría pasar a la historia como el de la invasión rusa en Georgia. Una nueva guerra apenas detenida, muertes provocadas por intereses de poder en el rincón oriental de Europa, de la civilizada Europa, el paraíso de los derechos humanos. No está tan lejos como Zimbabue o el Chad; aquí, a la vuelta de la esquina se reproduce lo que hace setenta años terminó causando decenas de millones de muertos: un país pone patas arriba el vecindario. Como en 1939, el silencio de la respuesta internacional es ensordecedor.
Tanto como el que rodea el fastuoso homenaje que el mundo entero está tributando a China, ese extraño campeón de la libertad y de los derechos humanos que ha conseguido prender en su capital la antorcha de la hermandad y juego limpio entre los pueblos. Poco ha importado a los comités olímpicos del mundo todo que la dictadura comunista borre del mapa al Tíbet o simplemente impida llegar hasta Pekín a los ciudadanos (¿) de cualquier otra ciudad china. Como poco parece haber interesado que los atletas tengan que competir en una de las capitales más contaminadas del planeta Tierra y tan calurosa y húmeda en verano que los tenistas apenas pueden sostener la raqueta entre las manos. Por ejemplo.
¿Y qué decir del silencio del señor presidente y del Gobierno en pleno de España ante el despropósito montado en torno a la financiación de las regiones de este país? Por no preguntarse ya a estas alturas por otros silencios, como el que acompaña al tratamiento de la crisis económica que nunca existió pero que desde las elecciones de marzo ha conseguido aupar a la exitosa España al número uno en el podio del paro europeo, y a disputar honores semejantes en el de la inflación. De todo ello cuentan muy poco los periódicos, las radios, y qué decir de las televisiones, encharcadas en el chismorreo más deleznable a cualquier hora del día.
Es como si lo que realmente importa no interesara. La capacidad de escandalizarse parece estar reservada a la llamada violencia de género –tiene guasa la denominación-. Un ministerio puede lanzar la ocurrencia de un trasvase desde Extremadura a Levante, enmendando la plana a la configuración de las cuencas, desandando con cemento lo que los cauces naturales han trazando al cabo de millares de siglos, y no pasa nada. Como nada pasó cuando a la anterior gerifalte se le ocurrió desalar agua del mar, que ahí están los resultados.
Señores que viven de nuestros impuestos, como el consejero de Economía catalán, el socialista Castells, dicen estupideces como que la especialidad de Madrid, del Gobierno del Estado y de las fuerzas políticas españolas es amedrentar. Y tampoco pasa nada.
Cuando Churchill dijo aquello de que el éxito es la habilidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo pensaba sin duda en las habilidades de nuestro señor presidente y de quienes lo acompañan en esta extraña singladura.