Después de sobrevolar los desastres que atosigan a la gente honrada cerrábamos ayer esta bitácora preguntándonos “¿Qué hace falta para que los partidos presuntamente nacionales pongan coto a esta situación? Porque esto ya pasa de castaño oscuro. La solución, mañana”.
La respuesta: nada más es ya preciso; lo que falta es liderazgo, producto agotado desde hace bastantes años en la política nacional. Y lo peor es que la situación no está para sucedáneos.
El líder es un agente social que llega a transformar la realidad mostrando metas y nuevos horizontes con la determinación que le presta la fuerza de sus convicciones. Causa la adhesión de cuantos le reconocen como guía. Eso es el liderazgo en el mundo político, el de la empresa o los deportes. Cristiano R. no sería el líder del Real sin su fe en el gol, la fuerza y la decisión para cargarse todo el equipo a sus espaldas. Y así ha acabado siendo reconocido en el Bernabeu y fuera de él, como sus rivales Messi o Iniesta.
El liderazgo ha de ser visible, evidente. No se lleva en el bolsillo interior de la chaqueta, ni se cumple en un comité de notables; sencillamente porque ahí no cabe. El liderazgo desborda los límites del propio grupo. Acaba concitando el respeto de otros cuando no la admiración, más allá de afinidades culturales o ideológicas.
¿Dónde encontrar algo semejante en la España de hoy? El líder necesario quizás aún esté cursando el bachillerato pero, entretanto, los elementos en presencia podrían hacer algo por paliar sus deficiencias y, juntos, alcanzar lo que cada uno por su cuenta no puede, sencillamente porque no llegan.
Debe de resultarles demasiado arduo, a unos y otros, evitar al común el mal trago que mañana habrá de digerir al oírles hablar del estado de la Nación. Demasiado bien saben en qué estado está el Estado, y la Nación también. Repetirán nuevamente la iconografía goyesca de los dos cazurros sacudiéndose la badana con los pies hundidos en tierra, esclarecida imagen del inmovilismo más estéril.
Y así es como la adhesión se torna en resignación, y el desencanto alimenta la desagregación social. Las orejeras del ajuste fiscal ya no cumplen el objetivo de centrar los esfuerzos de la sociedad para poner coto al desaguisado macroeconómico que enfilaba este país hacia la suspensión de pagos. La mejoría de las grandes cuentas no sirve de lenitivo para el cáncer del paro, ni el de la corrupción.
Como en los peores escenarios posibles, la paradójica debilidad de un ejecutivo fuerte, respaldado por una amplia mayoría parlamentaria, es explotada por derechas, izquierdas y mediopensionistas, tirando cada cual de los extremos de esta vieja piel de toro. En el fondo, todos echan en falta la voz del líder, como la del timonel que marca en la trainera el ritmo de las paladas de los remeros para llegar antes y más lejos.