Hace más de doscientos años T. Jefferson vino a decir que la honradez es más valiosa que todos los juramentos. Juramentos, promesas, protestas y hasta querellas; de nada falta en el escándalo nacional, salvo que la honradez vuelva a tener curso legal en nuestro país.
Hoy es el partido en el Gobierno el centro de todas las miradas; también de indignación. Todo lo relacionado con la corrupción es viscoso; difícilmente se llega a saber hasta dónde pueda alcanzar. Pero en cualquier caso las gentes honradas han colmado su paciencia y el problema no tiene otro tratamiento que el de la cirugía a corazón abierto. Los buenos propósitos del caiga quien caiga nacen caducados, y las auditorías externas disponen de plazos muy cortos.
La gente íntegra comprende muchas cosas, incluso sabe disculpar, pero se rebela ante quienes dilapidan el deber de ejemplaridad por el ansia de gastar lo que no tienen. Y la indignación se torna justiciera cuando se sufren los costes de la crisis y más de un millón de familias malvive fuera del mundo laboral.
La sociedad ha venido mostrando una impavidez enfermiza; hasta ahora pocas cosas parecían sorprender al común, que ha terminado descontando las invectivas entre partidos al sentir embarcados a todos en la misma nave. Esta pasividad ha podido ser letal para el sistema cuya capacidad de regeneración queda así poco menos que en manos marginales. Y también a merced de la propaganda y agitación promovida por los rivales, la vieja técnica del agitprop de la revolución bolchevique, puesta en escena un siglo más tarde por Rubalcaba en la víspera de las elecciones del 2004. Él dirigía aquella campaña socialista que sentó a Zapatero en La Moncloa. El jueguecito salió caro. Hoy se renueva la apuesta.
Los instrumentos con que el Estado cuenta para su progreso y defensa, desde la investigación policial hasta la administración de Justicia, poco podrán si los partidos, todos, no comienzan por sacar a la vergüenza sus propias miserias y toman conciencia de que este es un juego de suma cero. No hay formación política con cierto poder decisorio limpia de la metástasis hecha por esta lacra social. ¿A qué viene tanto fariseísmo?
¿Saben aquella historia del arzobispo que llega a su nueva sede y en el mismo aeropuerto…?
De entre los chicos de la prensa que esperaban sus primeras palabras uno de ellos preguntó: “Señor Arzobispo, ¿qué opina usted de la proliferación de prostíbulos en Nevada?»
Seguro que han adivinado cuál fue el titular con que los medios informaron la mañana siguiente de la entrada del eclesiástico en su diócesis: “El nuevo arzobispo pregunta por los prostíbulos de Nevada”.
Y así se escriben muchas historias.