Dice Durán -¿qué demonios se le habrá perdido en Chile hablando del humanismo cristiano cuando en Barcelona sus colegas están alumbrando la independencia? que han empezado mal las cosas, y que lo que mal empieza no puede acabar bien. O sea, que hay que comenzar de nuevo.
No aclara el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso , sigue siéndolo, dónde pondría él esa nueva línea de salida. Parece que piensa en el documento filtrado la pasada semana, estrambótico donde los haya, y no le faltaría razón. Pedro también podría referirse al discurso de investidura de su jefe de coalición, o al acuerdo de legislatura que alcanzaron con los republicanos de la izquierda catalana. Cabe, por qué no, que en su opinión Mas debiera haber renunciado a encabezar nada después de la pifia electoral, que perder doce escaños habiendo pedido otros tantos más no deja de resultar indecoroso. Y también en ello le asistiría la razón.
¿Se atreverá a pensar el ilustre oscense que donde realmente todo empezó a ir mal fue en aquella manifestación del millón, o de los doscientos mil veinticuatro, que lo mismo da, con que los dirigentes políticos de la burguesía catalana se metieron en la boca del león independentista? Porque de aquellos polvos salió el barrizal que trajeron las urnas un mes más tarde de aquella indigestión.
Efectivamente, a nada bueno puede conducir la senda abierta por el heredero del pujolismo y sus acólitos democristianos, si, además, la tenue crítica de Durán se queda en que comenzar de nuevo significa sólo volver a hacer otra propuesta en la que comunistas y socialistas se sientan copartícipes.
Tremendo; ahí sigue coleando el síndrome del pacto del Tinell. A los populares, ni agua; de los Ciutadans, para qué hablar. Esa es la idea que el ejemplar más templado del nacionalismo tiene de la sociedad catalana. Nada nuevo bajo el sol; en otros tiempos los cristianos acabaron comiéndose a los leones.