De un lado, los socialistas del Gobierno echan más leña a la trituradora diseñada para liquidar a la oposición. Ésta responde denunciando el abuso que aquéllos hacen de las instituciones estatales. En el medio, el común asiste perplejo a esta extraña batalla campal de la que sólo quedarán escombros; escombros del marco político disfrutado en los últimos treinta años. ¿Hay alguien capaz de arriesgar lo que sea menester para restaurar la normalidad ciudadana?
El aprendiz de brujo y sus bomberos pirómanos quisieron superar a Blair con una cuarta vía a la española, pero lo que realmente han abierto es una vía de agua de impredecibles consecuencias. Por el momento la nave navega sin rumbo cierto; los puntos cardinales son cosa del pasado.
Ahí está el manejo de la crisis económica, desde los insólitos presupuestos estatales aprobados para no ser cumplidos, hasta el Plan E, pasando por la incapacidad para encauzar un diálogo social de mínimos; o la política exterior, pueril y pendular como los andares del abrazafarolas. Qué decir de la armonización autonómica, de la Educación, o de la política cultural. ¿Y de las sandeces que emite el ministerio de Igualdad, hasta con rango de ley en algunos casos?
Por no entrar en otras cuestiones –la reescritura de la guerra civil, las relaciones con la iglesia romana, el aborto, etc.- con que los bomberos pirómanos atizan fuegos fatuos para sustraer del debate nacional el verdadero drama del paro, la inseguridad ciudadana, la incivilidad y demás derivados de la situación que arruinan la convivencia.
Queda la Corona. Para un republicano, y así se proclama nuestro primer ministro, la entrada en escena del gran moderador podría marcar el principio del gran final; el triunfo definitivo del adanismo. ¿De eso se trata?